martes, 31 de diciembre de 2019

Juan Antonio Bardem, "Felices pascuas" [1954]


¿Y si pensaran que les ha tocado el premio gordo de la lotería de navidad, abandonaran exultantes su trabajo al grito de '¡viva la libertad!', descubrieran que las papeletas se han esfumado en una repartición no consentida de participaciones, y recibieran sólo un adorable borrego como compensación? ¿Serían capaces de degollar al enternecedor corderito para saciar el apetito? ¿No se encariñarían de él y lo adoptarían como mascota? ¿Y si para colmo unos desalmados consumidores de cadáveres lo robaran para asarlo? ¿No se consagrarían desazonados a su búsqueda, no rastrearían todos los rincones de la ciudad para encontrarlo?

lunes, 30 de diciembre de 2019

Michael Moore, "Roger & Me" [1989]

Roger Smith llevó las riendas de la General Motors durante la década de los ochenta, y fue príncipe responsable del cierre de varias factorías a finales de esa década, que supuso el despido de alrededor de 30.000 trabajadores, en Flint, Michigan, cuna de Michael Moore, y de Ben Hamper, que también participa en el documental: "Historias desde la cadena de montaje" es un libro muy divertido plagado de hilaridad sardónica, un recorrido sarcástico por las entrañas de una cadena de montaje del gigante industrial GM. El documental supone un retrato del declive de Flint, asociado al desmantelamiento de la industria del motor (tendrán ustedes referencias de la situación de Detroit, capital de Michigan): algunos desempleados aceptando trabajo de estatuas humanas en una fiesta de ricos, el agente de desahucios prófugo de la cadena de ensamblaje de la GM, el desesperado y cómico intento municipal por convertir a Flint en un destino atractivo para el turismo, los altos índices de criminalidad, etc,


"Una mañana me llamó a casa un compañero de trabajo. Eran las once pasadas y yo estaba en la cama con una resaca del copón. - Corre, pon el Canal 5 -me exigió la voz-. Tu maldita pareja de bolos está dando una conferencia de prensa. ¡Han interrumpido la programación! - ¿Por qué? - pregunté entre dientes. Mi informante no estaba muy seguro del motivo. Dijo algo sobre cierres de fábricas y cartas de despido revoloteando sobre la clase trabajadora. Llevábamos un tiempo oyendo rumores parecidos. Fui al salón y encendí la tele. Efectivamente, era él. Roger Smith mi reticente rival de bolera, el gurú residente con su plan de reducción de puestos de trabajo. Quizá estemos hablando del único tío en todo el hemisferio con ocho millones de pecas en la cara, y aun así, absolutamente ningún sentido del humor; como un Pumuki presidiendo un fusilamiento: diabólica combinación de poder, terror, pánico y excesivo colorete. Evidentemente había llegado tarde, y Rog ya había revelado la nómina de fábricas que serían exterminadas. Una vez anunciados los despidos, tocaba el denso turno de preguntas y respuestas. Los periodistas rodearon a El Jefe como si fueran un mar de mosquitos con cámaras y cables de micrófono. Nacía el concurso de televisión americano por excelencia, con más de treinta mil posibles desahuciados en fila detrás de la puerta número 1. [...] Roger hacía todo lo posible por explicar a la prensa qué estaba pasando. Resultaba más que obvio que sus aptitudes a la hora de hablar en público dejaban mucho que desear, y Smith tenía la misma gracia que un azadón o el pomo de una puerta. Yo me solidarizaba algo con él, pues si tuviera un trabajo tan asqueroso como el suyo también tendría los nervios destrozados. Aniquilar el modo de subsistencia de miles de personas antes de la hora del almuerzo sin duda debía poner histérico a cualquiera.Pero lo que más me inquietaba era que el propio Smitty parecía estar completamente confundido con el tema, en especial con los datos específicos sobre el cuándo, dónde, quién y, en especial, por qué. Santo Dios, jefe, escúpelo de una vez. Tu culo está bien a salvo, está claro que tú no vas a aser uno de los nuestros que termine pudriéndose tirado en alguna cuneta. [...] Un periodista que estaba en las últimas filas se echó hacia delante y, citando a Smith, gritó: - ¿Cómo es posible que la supresión de 30.000 puestos de trabajo vaya a mejorar la seguridad laboral? ¡Eh, vaya tipo listo! Ni siquiera Cabeza de Remache había caído en lo irremediablemente fatuo que había sido aquel comentario que debía haber hecho mi colega boliche. Y entonces, impávido a más no poder, Roger Smith miró al periodista y razonó el solito: - Para los que se queden, sus puestos gozarán de una seguridad muchísimo mayor. ¡Ay, madre! Así de simple. El tipo al frente de la mayor coroporación de EE.UU. tenía el cerebro del tamaño de una puta judía verde. Y la verdad es que mentir, no mentía, es decir, siempre que se prescinda de 30.000 trabajadores, 'los que se queden' sí o sí van a tener una seguridad laboral mucho mayor por cojones. Lo que me tenía con las uñas clavadas en el sillón era que Smith proporcionaba como por casualidad una inyección de genocidio puro y duro que trataba hacer pasar por un método inofensivo para reestructurar el negocio. Nos lanzaba su retahíla putrefacta tan como quien no quiere la cosa que uno se quedaba con la impresión de que Smith realmente se creía que los estúpidos obreros de mierda íbamos a encontrar en sus palabras grandes dosis de alivio. La madre que lo parió, los huevos que tienen algunos podrían usarse como bolas de grúas demoledoras, de lo grandes que los tienen. Para los que se queden. Si se supone que esta solución debería resultar reconfortante, la verdad es que no sonaba nada bien. Era bastante probable que Roger Smith se hubiera equivocado de vocación. y que lo que de verdad debiera hacer es irse de embajador americano a Eitopía: '¿Cómo? ¿Escasez de alimentos? Esto lo arreglo yo en un periquete. Mira, exterminamos a una cantidad ingente de etíopes. los apilamos por ahí, donde no se les vea, para que su horrenda visión no le quite el hambre a nadie, y ¡PRESTO!, avituallamiento PARA LOS QUE SE QUEDEN'."

(Ben Hamper, "Historias desde la cadena de montaje", 1990.)

jueves, 12 de diciembre de 2019

Calímaco, "Himno a Deméter" [siglo III antes de Cristo]


"Aún no ocupaban la tierra cnidia, todavía habitaban la sagrada Dotio,
y en aquel lugar un hermoso soto plantaron los pelasgos,
tupido, lleno de árboles: a duras penas lo habría atravesado una flecha.
Allí pino, allí elevados olmos había, y también perales
y bellos manzanos de dulce fruto; el agua ambarina
en acequias bullía. La diosa estaba encantada con el lugar,
tanto como con Eleusis, con Tríopas lo mismo que con Ena.
Pero cuando el buen dios se irritó con los triópidas,
entonces la peor de las maquinaciones se apoderó de Erisictón.
Salió con ímpetu llevando a veinte criados, todos en la flor de la edad,
varones todos de la talla de un gigante, capaces de una ciudad entera levantar,
a los que había armado tanto con hachas como con segures;
a la carrera llegaron, gente desvergonzada, al soto de Deméter.
Había un álamo, árbol elevado que el cielo tocaba;
en su cercanía las ninfas al mediodía se solazaban.
Éste, golpeado el primero, entonaba para los otros una terrible canción.
Se dio cuenta Deméter de que su bosque sacro padecía,
y dijo irritada: '¿Quién tala mis hermosos árboles?'
Al instante de Nicipa (a la que la ciudad había nombrado
su sacerdotisa oficial) adoptó el aspecto, y tomó en sus manos
ínfulas y amapola; al hombro portaba una llave.
Y dijo, intentando aplacar al perverso y desvergonzado varón:
'Hijo, tú que los árboles a los dioses consagrados, talas,
hijo, para; hijo, tan ansiado por tus padres,
déjalo, y a los criados detenlos, no se enoje en algo
la venerable Deméter, cuyo santuario mancillas.'
Tras mirar a ésta torvamente, con más fiereza de la que con un hombre,
un cazador, usa en los montes de Tmaro una leona
recién parida, cuya mirada afirman que es la más fiera,
'¡Retírate,' dijo, 'no te clave en el cuerpo el hacha inmensa!
Estos árboles techarán mi morada, en la que banquetes
que el ánimo agradan por siempre, sin cesar, con mis amigos celebraré'.
Dijo el jovenzuelo, y Némesis tomó nota de sus perversas palabras.
Deméter se irritó de modo indecible y se convirtió de nuevo en diosa;
sus pies hollaban la tierra, mas su cabeza tocaba el Olimpo.
Los unos, medio muertos después que a la soberana vieron,
al punto se alejaron, abandonando el bronce en los árboles;
ella de los demás se despreocupó, que a la fuerza seguían
el mandato de su amo, pero a su adusto señor replicó:
'¡Sí, sí! Constrúyete un palacio (¡perro, más que perro!) en el que banquetes
hagas, que en el futuro te aguardan comidas constantes.'
Ella, diciendo esto, de Erisictón labraba la desgracia.
Al punto le envió un hambre terrible y salvaje,
abrasadora, fortísima; una grave enfermedad lo consumía.
¡Infeliz!, de todo cuanto consumía volvía a tener deseo."


"Erisictón era hijo de Tríopas, que se había convertido en rey de Tesalia tras expulsar a sus habitantes autóctonos, los pelasgos. Estos últimos le habían consagrado un magnífico bosque a Deméter, la diosa de las cosechas. En su centro se alzaba un árbol gigantesco y las dríades, las ninfas de los bosques, danzaban a la sombra de sus ramas. Erisictón, deseoso de hacer con él tablas para construir su palacio, se presentó un día en el bosque con algunos siervos armados de hachas y empezó a derribarlo. La propia Deméter se le apareció entonces bajo la apariencia de una de sus sacerdotisas para invitarlo a que cejara en su empeño. Erisictón le respondió con desprecio, pero los siervos se atemorizaron y quisieron evitar el sacrilegio. Su amo cogió entonces una segur y de un golpe limpio le cortó la cabeza a uno de ellos. Después derribó el árbol, a pesar de que de él brotaban sangre y una voz que le anunciaba su castigo.
Este no se hizo esperar: Deméter le envió el Hambre personificada, que penetró en el cuerpo del culpable a través de su aliento. De él se apoderó un hambre tan canina que ya nada podía calmarla: cuanto más comía, más hambre tenía. Engulló todas sus provisiones, sus rebaños y sus caballos de carreras, pero sus entrañas seguían vacías y él se marchitaba poco a poco. Como un fuego que todo lo devora, consumió lo que habría bastado para alimentar a una ciudad, incluso a un pueblo entero. Según Calímaco, tuvo que ocultarse en su casa, renunciar a salir y a participar en los banquetes, y acabó por mendigar alimentos por las calles tras haber terminado de arruinar la casa paterna. En la versión de Ovidio, llega incluso a vender a su hija Mestra para comprar comida. Esta logró escapar gracias al don de la metamorfosis que le había concedido Poseidón. De vuelta a casa, su padre volvería a venderla de nuevo en varias ocasiones. Pero nada de todo esto calmó el hambre de Erisictón y 'después que aquella violencia de su mal había consumido todos sus recursos y faltaban nuevos alimentos a su grave enfermedad, él mismo comenzó a desgarrar sus propios miembros con lacerantes mordiscos y el infeliz alimentaba su cuerpo disminuyéndolo'. Así concluye el relato de Ovidio.
Solo la desaparición casi completa de la familiaridad con la Antigüedad clásica puede explicar por qué el valor metafórico de este pequeño mito se les ha escapado hasta hoy a los portavoces del pensamiento ecológico. En efecto, todo está aquí: la violación de la naturaleza en lo que tiene de más hermoso -y de más sagrado para los habitantes originarios del lugar- para extraerle materiales de construcción destinados a la edificación de los espacios del poder. Los bucólicos placeres de las dríades son sacrificados en aras de los 'festines' a los que el arrogante príncipe prevé explícitamente consagrar su palacio. Es el poderoso el que presta oídos sordos a las apremiantes exhortaciones para que renuncie a la profanación, mientras los dominados se niegan a contribuir a ella (en Ovidio, los siervos refunfuñan ante la fechoría antes incluso de la intervención de la diosa). Su resistencia, expresada en nombre del respeto a la tradición, les cuesta cara, porque la rabia ciega del poder cuestionado se desencadena contra aquellos que lo critican y no quieren participar en sus crímenes. Finalmente, los siervos deben someterse y ayudar a su amo a cumplir su designio. Sin embargo, no es sobre ellos, que no han hecho más que 'obedecer órdenes' (Calímaco lo dice explícitamente) sobre los que Deméter arroja las llamas de su venganza. La diosa castiga solo a Erisictón de un modo ajustado a su delito: al no poder alimentarse, vive como si toda la naturaleza se hubiera transformado -para él- en un desierto que se niega a prestar el auxilio natural a la vida del hombre. Incluso su tentativa de obligar a una mujer a reparar los estragos producidos por la locura de los hombres fracasa, y muere abandonado por los hombres y privado de los frutos de la naturaleza.
Se trata de uno de esos mitos típicamente griegos que evoca la hybris -la desmesura debida a la ceguera y el orgullo impío-, que acaba por provocar la némesis, el castigo divino sufrido por Prometeo, Ícaro, Belerofonte, Tántalo, Sísifo y Níobe, entre otros. La actualidad de este mito no puede sino sorprendernos. En particular, quienes gustan de presentar la destrucción del medio natural como la transgresión de un orden asimismo natural, con acentos más o menos religiosos, pueden ver en él una anticipación arquetípica de sus inquietudes. No respetar la naturaleza atrae necesariamente la ira de los dioses, o de la propia naturaleza...
Pero hay algo más: no es una catástrofe natural lo que se abate sobre este ancestro de los insensatos que hoy destruyen la selva amazónica. Su castigo es el hambre. Un hambre que crece al comer y que nada sacia. Pero ¿hambre de qué? Ningún alimento es capaz de aplacarla. Nada concreto, nada real responde a la necesidad que siente Erisictón. Su hambre no tiene nada de natural y por eso nada natural puede calmarla. Es un hambre abstracta y cuantitativa que jamás puede ser saciada. No obstante, su desesperada tentativa de calmarla lo empuja a consumir alimentos en vano, estos sí muy concretos, destruyéndolos y privando así de ellos a quienes los necesitan. De esta suerte, el mito anticipa de forma extraordinaria la lógica del valor, de la mercancía y del dinero: mientras que toda producción con vistas a la satisfacción de necesidades concretas encuentra sus límites en la naturaleza misma de dichas necesidades y recomienza su ciclo esencialmente al mismo nivel, la producción de valor mercantil, que se representa en el dinero, es ilimitada. La sed de dinero no puede apagarse jamás porque el dinero no tiene como función colmar una necesidad precisa. La acumulación del valor, y en consecuencia del dinero, no se agota cuando el 'hambre' ha quedado saciada, sino que vuelve a ponerse en marcha de inmediato en un nuevo ciclo ampliado. El hambre de dinero es abstracta, está vacía de contenido. El goce es para ella un medio, no un fin. Pero esta hambre abstracta no tiene lugar, sin embargo, solo en el reino de las abstracciones. Como la de Erisictón, destruye los «alimentos» concretos que encuentra a su paso para alimentar su fuego y, como en su caso, lo hace a una escala siempre creciente. Y siempre en vano. Su particularidad no es la avidez en cuanto tal —que no es nada nuevo bajo el sol—, sino una avidez que nunca puede obtener a priori lo que la colma: 'En medio del banquete, quiere otro banquete', dice Ovidio. No es simplemente la maldad del rico la que está aquí en juego, sino un encantamiento que hace pantalla entre los recursos disponibles y la posibilidad de disfrutar de ellos. El mito de Erisictón presenta, pues, paralelismo con el bien conocido mito de Midas, que muere de hambre porque todo lo que toca se transforma en oro, su comida incluida.
El aspecto más notable de la historia de Erisictón es tal vez su final: la rabia abstracta, que ni siquiera calma la devastación del mundo, concluye con la autodestrucción, con la autconsumición. Este mito no nos habla sólo de la devastación de la naturaleza y de la injusticia social, sino también del carácter abstracto y fetichista de la lógica mercantil y de sus efectos destructivos y autodestructivos. Se revela pues como una iñustración de la crítica contemporánea del fetichismo de la mercancía, según la cual 'el capitalismo es como un brujo que se viera forzado a arrojar todo el mundo concreto al caladero de la mercantilización para evitar que todo se pare. La crisis ecológica no puede encontrar su solución en el marco del sistema capitalista, que tiene necesidad de crecer permanentemente, de consumir cada vez más materiales, solo para compensar la disminución de la masa de valor', o cuando esta crítica compara la situación del capitalismo contemporáneo con un barco de vapor que sigue navegando mientras quema poco a poco las tablas de su puente, su casco, etc. Morir de hambre en medio de la abundancia: esa es sin duda la situación a la que nos conduce el capitalismo."

(Anselm Jappe, "La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción", 2019.)

martes, 10 de diciembre de 2019

Sófocles, "Edipo Rey" [429 antes de Cristo]


"Edipo, hijo de Layo, rey de Tebas, y de Yocasta, fue abandonado al nacer sobre el monte Citerón, pues un oráculo había predicho a su padre que el hijo que Yocasta llevaba en su seno sería un asesino. Recogido por unos pastores, fue llevado Edipo al rey de Corinto, que lo educó como un príncipe. Deseoso de conocer su verdadero origen, consultó un oráculo, que le aconsejó no volviese nunca a su patria, porque estaba destinado a dar muerte a su padre y a casarse con su madre. No creyendo tener más patria que Corinto, se alejó de aquella ciudad, pero en su camino encontró al rey Layo y lo mató en una disputa. Llegado a las inmediaciones de Tebas, adivinó el enigma de la Esfinge que cerraba el camino hasta la ciudad, y los tebanos, en agradecimiento, le coronaron rey, concediéndole la mano de Yocasta. Durante largo tiempo reinó digna y pacíficamente, engendrando con su madre y esposa dos hijos y dos hijas, hasta que asolada Tebas por la peste, decidieron los tebanos consultar al oráculo en demanda del remedio. En este momento comienza la tragedia de Sófocles. Los mensajeros traen la respuesta en que el oráculo declara que la peste cesará en el momento en que sea expulsado del territorio nacional el matador de Layo. Mas ¿dónde hallarlo?
'¿Dónde hallar
la oscura huella de la antigua culpa?'
La acción de la tragedia se halla constituida exclusivamente por el descubrimiento paulatino y retardado con supremo arte -proceso comparable al de un psicoanálisis- de que Edipo es el asesino de Layo y al mismo tiempo su hijo y el de Yocasta. Horrorizado ante los crímenes que sin saberlo ha cometido, Edipo se arranca los ojos y huye de su patria. La predicción del oráculo se ha cumplido."

(Sigmund Freud, "La interpretación de los sueños", 1900.)

"Habitantes de Tebas, mirad, este es Edipo:
descifrador de enigmas y hombre el más poderoso
todos a su fortuna miraban con envidia.
¡Mirad ahora a qué ola llegado ha de infortunio!
No juzguéis, pues, dichoso a otro mortal alguno
que no haya aún contemplado aquél último día
en tanto no termine su vida sin dolor."

(Sófocles, "Edipo Rey", 429 a.C.)

lunes, 9 de diciembre de 2019

Tucídides, "Historia de la Guerra del Peloponeso" III [431-411 antes de Cristo]

La mortífera peste de Atenas, enigmática aliada de los guerreros espartanos, durante el segundo año de la Guerra del Peloponeso, que acabó con un tercio de la población ática: mermó la infantería hoplita, se deshizo de centenares de jinetes, se llevó al mismísimo Pericles. Ante el panorama de muerte y desolación que acarreó, la población ateniense abjuró de sus creencias, se abandonó al frenesí en el disfrute de los efímeros goces de la vida. En otro de los pasajes célebres de su "Historia", Tucídides acomete un magnífico análisis del estado de ánimo colectivo provocado por la epidemia,


"También en otros aspectos la epidemia acarreó a la ciudad una mayor inmoralidad. La gente se atrevía más fácilmente a acciones con las que antes se complacía ocultamente, puesto que veían el rápido giro de los cambios de fortuna de quienes eran ricos y morían súbitamente, y de quienes antes no poseían nada y de repente se hacían con los bienes de aquellos. Así aspiraban al provecho pronto y placentero, pensando que sus vidas y sus riquezas eran igualmente efímeras. Y nadie estaba dispuesto a sufrir penalidades por un fin considerado noble, puesto que no tenía la seguridad de no perecer antes de alcanzarlo. Lo que resultaba agradable de inmediato y lo que de cualquier modo contribuía a ello, esto fue lo que pasó a ser noble y útil. Ningún temor de los dioses ni la ley humana los detenía; de una parte juzgaban que daba lo mismo honrar no honrar a los dioses, dado que veían que todo el mundo moría igualmente, y, en cuanto a sus culpas, nadie esperaba vivir hasta el momento de celebrarse el juicio y recibir su merecido; pendía sobre sus cabezas una condena mucho más grave que ya había sido pronunciada y antes de que les cayera encima era natural que disfrutaran un poco de la vida."

(Tucídides, "Historia de la Guerra del Peloponeso", 431-411 a.C.)

domingo, 8 de diciembre de 2019

Tucídides, "Historia de la Guerra del Peloponeso" II [431-411 antes de Cristo]


La crueldad de la guerra civil en Corcira, la primera de las sangrientas contiendas civiles que sacudieron sucesivamente a las ciudades griegas durante la Guerra del Peloponeso, que enfrentaron a los oligarcas y a los demócratas, prestos a ser ayudados por sus respectivos aliados, lacedemonios y atenienses respectivamente, quedó sancionada magistralmente por Tucídides en uno de los más célebres pasajes de su "Historia", aquel que ilustra las consecuencias morales de la guerra civil: la degradación inevitable del espíritu humano en el enfrentamiento fanático de los bloques políticos.

"Muchas calamidades se abatieron sobre las ciudades con motivo de las luchas civiles, calamidades que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma, pero que son más violentas o más benignas y diferentes en sus manifestaciones según las variaciones de las circunstancias que se presentan en cada caso, En tiempos de paz y prosperidad tanto las ciudades como los particulares tienen una mejor disposición de ánimo porque no se ven abocados a situaciones de imperiosa necesidad; pero la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana, es una maestra severa y modela las inclinaciones de la mayoría de acuerdo a las circunstancias imperantes. Así pues, la guerra civil se iba adueñando de las ciudades, y las que llegaban más tarde a aquel estadio, debido a la información sobre lo que había ocurrido en otros sitios, fueron mucho más lejos en la concepción de novedades tanto por el ingenio de las iniciativas como por lo inaudito de las represalias. Cambiaron incluso el significado normal de las palabras en relación con los hechos, para adecuarlas a su interpretación de los mismos. La audacia irreflexiva pasó a ser considerada valor fundado en la lealtad al partido, la vacilación prudente se consideró cobardía disfrazada, la moderación, máscara para encubrir la falta de hombría, y la inteligencia capaz de entenderlo todo incapacidad total para la acción; la precipitación alocada se asoció a la condición viril, y el tomar precauciones con vistas a la seguridad se tuvo por un bonito pretexto para eludir el peligro. El irascible era siempre digno de confianza, pero su oponente resultaba sospechoso. Si uno urdía una intriga y tenía éxito, era inteligente, y todavía era más hábil aquel que detectaba una; pero quien tomaba medidas para que no hubiera ninguna necesidad de intrigas, pasaba por destructor de la unidad del partido y por miedoso ante al adversario. En una palabra, era aplaudido quien adelantaba a otro en la ejecución del mal, e igualmente lo era el que impulsaba a ejecutar el mal a quien no tenía intención de hacerlo."

(Tucídides, "Historia de la Guerra del Peloponeso", 431-411 a. C.)

sábado, 7 de diciembre de 2019

Tucídides, "Historia de la Guerra del Peloponeso" [431-411 antes de Cristo]

En el invierno del primer año de la Guerra del Peloponeso, Pericles declamó su famoso discurso fúnebre en homenaje a los soldados caídos, que contiene el célebre elogio de la ciudad de Atenas, que opuesta a la temible Esparta, aunaba exitosa las antiguas virtudes guerreras con las nuevas potencias de la participación común en los asuntos colectivos. Una ciudad preñada de una vida ciudadana libre y relajada, que, no obstante, era un imperio dominante que disponía de una organización militar eficaz. Pericles, o Tucídides, convertían a Atenas en una ciudad por cuya disposición democrática merecía la pena luchar y morir.


"Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somo un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia. En lo que concierne a los asuntos privados, la igualdad, conforme a nuestras leyes, alcanza a todo el mundo, mientras que en la elección de los cargos públicos no anteponemos las razones de clase al mérito personal, conforme al prestigio de que goza cada ciudadano en su actividad; y tampoco nadie, en razón de su pobreza, encuentra obstáculos debido a la oscuridad de su condición social si está en condiciones de prestar servicio a la ciudad. En nuestras relaciones con el Estado, vivimos como ciudadanos libres y, del mismo modo, en lo tocantes a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no sentimos irritación contra nuestro vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen un perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la principal causa de que no cometamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y principalmente a las que están establecidas para ayudar a los que sufren injusticias y a las que, aun sin estar escritas, acarrean una vergüenza por todos reconocida.
Por otra parte, como alivio de nuestras fatigas, hemos procurado a nuestro espíritu muchísimos esparcimientos. Tenemos juegos y fiestas durante todo el año, y casas privadas con espléndidas instalaciones, cuyo goce cotidiano aleja la tristeza. Y gracias a la importancia de nuestra ciudad todo tipo de productos de toda la Tierra son importados, con lo que el disfrute con que gozamos de nuestros propios productos no nos resulta más familiar que el obtenido con los de otros pueblos.
En el sistema de prepararnos para la guerra también nos distinguimos de nuestros adversarios en estos aspectos: nuestra ciudad está abierta a todo el mundo, y en ningún caso recurrimos a las expulsiones de extranjeros para impedir que se llegue a una información u observación de algo que, de no mantenerse en secreto, podría resultar útil al enemigo que lo descubriera. [...] Y en lo que se refiere a los métodos de educación, mientras que ellos, desde muy jóvenes, tratan de alcanzar la fortaleza viril mediante un penoso entrenamiento, nosotros, a pesar de nuestro estilo de vida más relajado, no nos enfrentamos con menos a valor a peligros a peligros equivalente.
Amamos la belleza con sencillez y el saber sin relajación. Nos servimos de la riqueza más como oportunidad para la acción que como pretexto para la vanagloria, y entre nosotros no es un motivo de vergüenza para nadie reconocer su pobreza, sino que lo es más bien no hacer nada por evitarla. Las mismas personas pueden dedicar a la vez su atención a sus asuntos particulares y a los públicos, y gentes que se dedican a diferentes actividades tienen suficiente criterio respecto a los asuntos públicos. Somos, en efecto, los únicos que a quien no toma parte en estos asuntos lo consideramos no un despreocupado, sino un inútil; y nosotros en persona cuando menos damos nuestro juicio sobre los asuntos, o los estudiamos puntualmente, porque en nuestra opinión, no son las palabras lo que supone un perjuicio para la acción, sino el no informarse por medio de la palabra antes de proceder a lo necesario mediante la acción."

(Tucídides, "Historia de la Guerra del Peloponeso", 431-411 a. C.)

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Heródoto de Halicarnaso, "Historia" [hacia el 430 antes de Cristo?]


En el libro III de su "Historia", Heródoto cuenta que, hacia la década de los veinte del siglo VI a. C, antes de ser entronizado Darío I El Grande como rey de Persia, tras el derrocamiento del mago usurpador por los siete nobles, tres de ellos, Ótanes, Megabizio y el propio Darío, pronunciaron sendos relevantes discursos sobre la preferente forma de organización del Estado persa. Heródoto, en la época en la que escribía sus historias, acorde a su experiencia política, sólo tenía en consideración tres posibles formas de gobierno, que eran, a saber, la democracia, la oligarquía y la monarquía. A Ótanes adjudica el historiador griego la anacrónica apología de la democracia, contestada por Megabizio, partidario de la oligarquía, expresión de la existencia de una nobleza que justificaba sus ambiciones de poder mediante sus pretensiones de superioridad moral e intelectual, y respondido a su vez por Darío, próximo gran rey de los persas, vencedor del debate que sostiene la superioridad de la monarquía por las enemistades irreconciliables que se maceran en la comunidad oligárquica.

"Ótanes solicitaba, en los siguientes términos, que la dirección del Estado se pusiera en manos de todos los persas conjuntamente: 'Soy partidario de que un solo hombre no llegue a contar en lo sucesivo con un poder absoluto sobre nosotros, pues ello ni es grato ni correcto. Habéis visto, en efecto, a qué extremo llegó el desenfreno de Cambises y habéis sido, asimismo, partícipes de la insolencia del mago. De hecho, ¿cómo podría ser algo acertado la monarquía, cuando , sin tener que rendir cuentas, le está permitido hacer lo que quiere? Es más, si accediera a ese poder, hasta lograría desviar de sus habituales principios al mejor hombre del mundo, ya que, debido a la prosperidad de que goza, en su corazón cobra aliento la soberbia; y la envidia es connatural al hombre desde su origen. Con estos dos defectos, el monarca tiene toda suerte de lacras; en efecto, ahíto como está de todo, comete numerosos e insensatos desafueros, unos por soberbia y otros por envidia. Con todo, un tirano debería, al menos, ser ajeno a la envidia; sin embargo, para con sus conciudadanos sigue por naturaleza un proceder totalmente opuesto: envidia a los más destacados mientras están en su corte y se hallan con vida, se lleva bien, en cambio, con los ciudadanos de peor ralea y es muy dado a aceptar calumnias. Y lo más absurdo de todo: si le muestras una admiración comedida, se ofende por no recibir una rendida pleitesía; mientras que, si se le muestra una rendida pleitesía, se ofende tachándote de adulador. Y voy a decir ahora lo más grave: altera las costumbres ancestrales, fuerza a las mujeres y mata a la gente sin someterla a juicio. En cambio, el gobierno del pueblo tiene, de entrada, el nombre más hermoso del mundo: 'isonomía'; y, por otra parte, no incurre en ninguno de los desafueros que comete el monarca: las magistraturas se desempeñan por sorteo, cada uno rinde cuentas de su cargo y todas las deliberaciones se someten a la comunidad. Por consiguiente, soy de la opinión de que, por nuestra parte, renunciemos a la monarquía exaltando al pueblo al poder, pues en la colectividad reside todo'.
Esta fue, en suma, la tesis que propuso Ótanes"

(Heródoto de Halicarnaso, "Historia", hacia 430 a.C.?)

lunes, 2 de diciembre de 2019

Aristófanes, "Las asambleístas" [392 antes de Cristo]


"Y sois vosotros, pueblo, los causantes de esos males, pues recibiendo como soldada los dineros del erario, en particular andáis mirando cada uno el provecho que va a obtener, mientras lo común va ondeando como Esimo. Así que, si me hacéis caso, todavía podéis salvaros: Sostengo que a las mujeres es necesario que nosotros transmitamos el gobierno de la ciudad; pues de hecho en las casas nos servimos de ellas como intendentes y administradoras."

En tiempos de apatía varonil respecto a los asuntos públicos, sólo interesados los hombres en las cosas comunes por salario percibido por la implicación en los asuntos decisorios generales, las mujeres de Atenas, lideradas por la carismática Praxágora, se han confabulado para, suplantando a sus maridos, disfrazadas de hombres, asistir a la Asamblea del Pueblo y adueñarse del poder político, y así poder dirigir los asuntos del Estado promoviendo leyes justas: comunidad de bienes e hijos, educación de los ciudadanos costeada por el Estado, alimentación comunitaria, y comunidad de mujeres, matizada por la especial atención dedicada a viejas y feas, que en cuestiones sexuales gozarán de absoluta prioridad en relación a las más jóvenes y guapas. Una utopía comunista implantada en la Atenas de la primera década del siglo IV antes de Cristo. Pero la vida no es tan bonita, peña. La osada aventura de navegar nuevos rumbos con la nave del Estado enfrentará resistencias contumaces. Las leyes que obligan a entregar las propias posesiones individuales a la Comuna despiertan la desconfianza de algunos suspicaces objetores de conciencia, que sólo los más idiotas de los ciudadanos hacen caso de las decisiones democráticamente aceptadas. Además, los varones jóvenes, deseosos de muchachas gráciles y hermosas, se opondrán a un comunismo sexual que les requiere dispuestos y potentes para colmar la lujuria de algunas de las vetustas ciudadanas...

domingo, 1 de diciembre de 2019

Abigail Disney y Gini Reticker, "Reza para que el diablo regrese al infierno" [2008]


Leymah Roberta Gbowee, una trabajadora social con experiencia en el acompañamiento a niños soldados, lideró un movimiento de mujeres liberianas, cristianas y musulmanas, la Red de Mujeres para la Construcción de la Paz, para poner fin a la Segunda Guerra Civil de Liberia, cuando el infame Charles Taylor se situaba en la cúspide del Estado y los señores de la guerra, coordinados en Liberianos Unidos por la Reconciliación y la Democracia, marchaban encarnizadamente hacia Monrovia. El movimiento por la paz empezó de forma local, circunscrita a la capital liberiana, con mujeres vestidas de blanco que rezaban y cantaban en el mercado de pescado local, y a medida que fue cobrando fuerza, fue innovando con métodos más arriesgados: las movilizaciones, la huelga sexual o la presión a cargos administrativos y a las delegaciones negociadoras.
'En el pasado nosotras éramos silenciosas, pero después de haber sido asesinadas, violadas, deshumanizadas, e infectadas por enfermedades, y viendo a nuestros niños y nuestras familias destruidas, la guerra nos han enseñado que el futuro yace en decir ¡NO a la violencia y SÍ a la paz! No pararemos hasta que la paz prevalezca.'