martes, 11 de abril de 2023

a este eterno verano

la última vez que me animaron a definirme políticamente, hace ya unos cuantos meses, dije que era un anarquista de izquierdas; lo de izquierdas lo añadía consciente del auge ibérico del libertarianismo, considerándome, en oposición clásica comunista, partidario de algunas cosas mínimas bien que mal defendibles: las libertades civiles, el seguro social, la preocupación por el otro, los restos cada vez más escasos del bienestar; últimamente, cuando hablo con amigos, suelo sincerarme: 'cada vez me cuesta más mantener el anarquismo', como si aflojado el ánimo por construir organización autónoma minoritaria, poco a poco fuera convirtiéndose en un asunto estrictamente libresco, histórico, literario o místico, una esperanza milenaria endeble o una visión inconsistente todavía hermosa cada día más difusa y lejana: fluido sólo queda el imperativo de adaptación superviviente, la dedicación fagocitadora, un vértigo apocalíptico o la constatación de la anarquía de lo real, un caos levemente organizado; he de reconocer que los locales idus de marzo de hace ya más de un lustro fueron fatales, pero aún más fatal se presenta la percepción de la atmósfera social actual, lo que escucho en los bares del barrio que cada vez piso menos o en alguno de los lugares de curro en los que echo las largas horas conteniendo la propia exasperación mientras se suceden las manías del enfado ajeno, además de la progresión de comentarios mezquinos, los desfogues de estupidez bruta, el constante 'quítate tú pa ponerme yo' o el 'hazme casito que soy el más listo'; se presenta otro día largo,

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