miércoles, 25 de enero de 2012

Jaime Semprún y René Riesel, “Catastrofismo, administración del desastre y sumisión sostenible” [2011]



Un amplio catálogo de amenazas glosa el inventario catastrofista: crisis energética, desórdenes climáticos, aumento exponencial demográfico, movimientos de poblaciones conflictivos, envenenamiento y esterilización del medio, artificialización de los seres vivos, etc. El catastrofismo de Estado despliega una incansable propaganda a favor de la supervivencia planificada, heraldo de las constricciones implacables que pesarán sobre nuestra existencia. Un nuevo colectivismo burocrático por fin eficaz se instaurará, no habrá elección: sumisión arrepentida a la ecodictadura o nihilismo puro, todos deberemos responsabilizarnos en la gestión ciudadana de la basura planetaria. La degradación irreversible de la vida terrestre debida al desarrollo industrial ha encarcelado a la sociedad en este macrosistema técnico. Las representaciones catastrofistas que se difunden de manera masiva lograrán el consentimiento general de las restricciones y de las disposiciones adecuadas para perpetuar este envidable modo de vida: sólo necesitaremos aceptar el razonamiento, disciplinarnos, restringirnos un poco. Las mentalidades progresistas proclaman su fe en la capacidad de la ciencia y la tecnología para dominar racionalmente la totalidad de las condiciones de vida, diseñarán nuevas medidas securitarias que aseguren el plegamiento de la población a una disciplina colectiva capaz de asegurar el buen funcionamiento de la máquina social; esperan una salvación basada en el fortalecimiento de las coerciones. El derrumbamiento del mundo, unas condiciones de supervivencia material aún más deterioradas, una indigencia absoluta, no alumbrarán una nueva conciencia (social, ecológica, viviente y unitaria) que plantee la emancipación. Se está redefiniendo la vieja sentencia 'Socialismo o barbarie': salvación de la civilización industrial o hundimiento en un caos bárbaro. Las representaciones catastrofistas dinamizan la actual movilización para 'salvar el planeta': dictan nuevas reglas de comportamiento, difunden el pensamiento correcto, ordenan; celebran el nacimiento del consumidor reeducado, del ecociudadano, auguran el alumbramiento de una nueva generación vigilante de la corrección ecológica de sus progenitores. El proyecto de adecuación ecológica del capitalismo se diseña por una burocracia de expertos consciente de representar los imperativos de supervivencia de la sociedad de masas: cada aspecto de la vida, cada detalle del comportamiento, se convertirá en objeto de control estatal. Los datos, las estadísticas, las cifras de la propaganda catastrofista, asegurarán la aceptación de las disciplinas por venir, la adhesión al poder burocrático que afianzará la supervivencia colectiva mediante la coacción. Los decrecentistas y su 'gozosa embriaguez de la austeridad compartida', con su 'paraíso del decrecimiento convivial', asoman como vanguardia de un racionamiento voluntario, auguran un nuevo arte de consumir entre las ruinas de la abundancia mercantil, militan ya a favor del encuadramiento consentido, la sobresocialización, la reglamentación, la pacificación de los conflictos; expresan en su sueño pueril de una 'transición' sin lucha, el miedo a unos desórdenes en los que la libertad y la verdad se encaren abiertamente. ¿Quién se opondrá al mantenimiento de la organización social que permitirá salvar a la humanidad, el planeta y la biosfera? Las protestas 'antiliberales' no hacen más que deplorar la desaparición del 'Estado social' y su 'cultura del servicio público', rebajándose a exigir su restablecimiento. El ciudadanismo, en todas sus variantes, formula y desarrolla 'la demanda social de protección ante la catástrofe': la llamada sociedad civil que reclama normas y control. El proyecto burocrático de gestión sostenible del desastre, desde el momento en que va más allá de una responsabilización consistente en lavarse los dientes cerrando el grifo o en ir al supermercado ecológico compartiendo vehículo para reducir la huella del carbono, se topa con demasiados obstáculos como para lograr efectivamente una estabilización a escala mundial; los estados de excepción ecológicos que tendrá que decretar la burocracia, especialmente en los países más civilizados o sobresocializados, no resolverán nada. ¿Quién rehusará alistarse en la Unión Sagrada para la salvación del planeta? Sólo podemos contar con lo que los individuos hagan libremente por sí mismos.

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