domingo, 30 de mayo de 2021

Sam Soko, "Softie" [2020]


Durante los disturbios kenianos de 2007 y 2008, Boniface Mwangi, que ejercía como fotoperiodista, cubrió con su cámara la violencia desatada en el país, que dejó un saldo de 1.200 asesinados y más de medio millón de desplazados. Fue la punta de lanza de un compromiso constante por la superación de las divisiones tribales heredadas del colonialismo, que le llevó a presentarse a las elecciones generales de 2017 como candidato del distrito electoral de Starehe en Nairobi. El documental sigue de cerca la vida cotidiana de Mwangi y su familia durante la campaña electoral, atravesada por las amenazas de muerte, mientras deja entrever las vicisitudes de la corrupción del sistema democrático keniano: asesinatos extrajudiciales de personas incómodas para el régimen, compra masiva de votantes, etc.

miércoles, 19 de mayo de 2021

Luiza Schultz, "El otro confinamiento" [2021]


"¿Y aquéllos que no tenían hogar? Los que vivían en los espacios públicos, en los bajos de los pasos elevados, los que acampaba alrededor de infraestructuras como estadios de fútbol o edificios a medio construir, los que residían en albergues temporales o en instituciones caritativas, los que acababan de salir de prisión sin lugar a dónde ir, ¿cómo se iban a quedar en sus casas? Pues con mucha dificultad. El dichoso lema estaba pensado, claramente, desde las coordenadas de quienes dan por supuesto que toda familia de bien posee una casa con aire acondicionado, cristales aislantes, instalaciones deportivas privadas, césped en las zonas comunes, videoportero, una buena conexión a internet y, por supuesto, una cuenta en Netflix. Para ellos, decir 'quédate en casa' era algo muy sencillo que todo el mundo podía cumplir haciendo un pequeño esfuerzo. Aunque se dejaban decenas de miles de personas sin hogar por el camino. Y a muchas otras a las que decirles que se quedasen en casa era condenarlas a sufrir unas condiciones de vida que casi hacía preferible contagiarse y ser internadas en un hospital.
Los vagabundos y los sintecho siempre han sido, como dijo Bronislaw Geremek, 'La estirpe de Caín'. Siempre recayó sobre ellos la sospecha de extender la miseria y las plagas por aquellas ciudades por donde pasaban. Las levas de vagos, los internamientos obligatorios de mendigos en casas de trabajo, los recuentos de menesterosos y las expulsiones de la ciudad han acompañado el desarrollo de nuestra historia moderna. Ellos han sido la contracara del progreso.
Durante el estado de alarma y el confinamiento, el tratamiento policial y el recurso a recluir a estos sospechosos habituales en albergues de emergencia, utilizando polideportivos municipales, gimnasios y otras infraestructuras, supervisadas por las fuerzas del orden y la industria de la filantropía -representada por las ONG, asociaciones religiosas, vecinales y de todo tipo-, dice mucho del tipo de gestión que cabe esperar ante cualquier emergencia dentro de nuestras sociedades de la crisis permanente.
Hoy mismo, en todo el mundo, hay millones de personas viviendo en alojamientos transitorios de este tipo. Afectados por la pobreza y la miseria, por la guerra, por los conflictos de fronteras, por catástrofes llamadas naturales. Millones de personasque desde hace mucho no se han podido quedar en casa. Millones de personas cuya descendencia nacerá ya en plena intemperie, sin hogar al que regresar, sin resguardo posible ante la peor de las pandemias: la de la economía de mercado que arrasa el mundo y su lógica industrial que aniquila, allí donde se despliega, toda posibilidad de una vida digna de ese nombre."

(Juanma Agulles, "La plaga de nuestro tiempo", 2020.)