domingo, 4 de diciembre de 2022

Manuel Chiapuso, "Los anarquistas y la guerra en Euskadi. La comuna de San Sebastián" [1977]

El venerable Guillem, en una gran reseña de la última edición del "El eco de los pasos", señalaba la importancia de las biografías para recuperar la memoria, cruelmente derrotada, de la generación libertaria anterior a la guerra civil: una tradición de, como mínimo, setenta años que fue exterminada y expulsada del ruedo ibérico y que dejó constancia de su intensa y contradictoria experiencia en un ingente volumen de biografías. Otra muestra apreciada, no excesivamente célebre a pesar de su admirable pulso literario, la escribió en 1977 el donostiarra, compañero de Félix Likiniano, Manuel Chiapuso: "Los anarquistas y la guerra en Euskadi. La comuna de San Sebastián", una descripción minuciosa, de gran dramatismo, de las jornadas vividas en la ciudad tras el pronunciamiento del 18 de julio, que revela la actuación de los anarcosindicalistas guipuzcoanos en aquellos álgidos momentos de batalla callejera. Algunos pasajes son extraordinarios, como el que sigue, que enfrenta al revolucionario idealista con la pedestre y cruenta tarea práctica de defensa de una ciudad en guerra,

"La revolución triunfante ¿se hundiría en la tenebrosidad de la opresión? Las fugas ideales, ¿se derrumbarían como castillo de naipes ante una realidad implacable? Ante nosotros se perfilaban hechos históricos que en ese instante adquirían relieve singular. Si no era dura con los enemigos, sus partidarios serían masacrados como durante las revoluciones de esclavos, esencialmente la de Espartaco, en carnicería generalizada, como durante la noche de San Bartolomé, matanza digna de mentalidades político-criminales, como durante la Comuna de París, ahogada en mar de sangre ante una Europa cómplice, como durante la Revolución rusa que transforma el régimen zarista en hecatombe de vidas humanas y en una desorganización sin igual que conduce más tarde a imponer una opresión mortífera, como durante la revolución de 1934 en Asturias y en Viena, aplastadas por bombardeos salvajes. El idealista, pues, se encontró mezclado con esta actividad destructora. En nombre de su ideal quisiera resistir a esta pasión primitiva, pero lentamente entró en el engranaje, ya no resistía y enmudecía. Su fuerza moral se agazapaba bajo la necesidad: estaba vencido. Era una víctima de la revolución. Finalmente, no tardaría en acomodarse con nueva conciencia que le permitiría contemplar fríamente la muerte del adversario. Imita a la planta que cambia de color según la hora. En espera de que las aguas vuelvan a su cauce, la institución del 'paseo' ejerce su barbarie y él impotente. El ojo por ojo y diente por diente se va imponiendo y comprueba que se vive muy lejos de la justicia excesivamente mirífica de su ideal."

("Los anarquistas y la guerra en Euskadi. La comuna de San Sebastián", Manuel Chiapuso, 1977.)

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