Con su grave y afligida voz, cimentada en la melancolía de una tierra sin agua circundada por el mar, Cize, la diva de los pies descalzos, a sus cincuenta años, pobre, estrábica, bebedora, desplazó las exigencias superficiales de una industria obsesionada con la belleza y la juventud e impuso en la ensimismada EEUUropa la grande y sencilla honestidad de la sodade caboverdiana.
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