viernes, 27 de noviembre de 2020

Gaspar Melchor de Jovellanos, "Epístola a Inarco" [1796]

Hoy mi deriva dieciochesca me ha conducido hacia un curioso hallazgo: la "Epístola a Inarco" del prohombre patrio gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos, aka Jovino, una carta en octavas en respuesta a otra anterior de Leandro Fernández de Moratín, el que se esconde tras el sobrenombre de Inarco. Jovellanos, el más reputado de los Ilustrados españoles, un 'alma heroica y hermosísima', al decir del azote de herejes Menéndez Pelayo. ¿Escuchamos a un poeta del siglo XVIII o a un precoz apóstol del socialismo? ¿A un fervoroso pacifista del siglo XX o a un 'cándido progresista', como considera Gerardo Diego? Parece que Jovellanos revele su más caro y dorado sueño: la unión fraterna de todos los pueblos, la paz perpetua, la desaparición de la ambición y la guerra, la puesta en común de todo.

"Un solo pueblo entonces, una sola
y gran familia, unida por un solo
común idioma, habitará contenta
los indivisos términos del mundo.
No más los campos de inocente sangre
regados se verán, ni con horrendo
bramido, llamas y feroz tumulto
por la ambición frenética turbados.
Todo será común, que ni la tierra
con su sudor ablandará el colono
para un ingrato y orgulloso dueño,
ni ya, surcando tormentosos mares,
hambriento y despechado marinero
para un malvado, en bárbaras regiones,
buscará el oro, ni en ardientes fraguas,
o al banco atado, en sótanos hediondos,
le dará forma el mísero artesano.
Afán, reposo, pena y alegría,
todo será común; será el trabajo
pensión sagrada para todos; todos
su dulce fruto partirán contentos."

(Gaspar Melchor de Jovellanos, "Epístola a Inarco", 1796.)

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