viernes, 23 de diciembre de 2022

Miriam Toews, "Pequeñas desgracias sin importancia" [2014]

Apunta a un recuerdo central que atraviesa mi adolescencia: mi madre, con infructuosa desesperación, intentando infundirle a mi hermano ganas de vivir. ¿Cómo insuflarle fuerza para vivir a alguien que amas pero que está enfermo de muerte? Es el tema central del valiente y conmovedor libro de la escritora canadiense Miriam Toews "Pequeñas desgracias sin importancia". ¿Cómo aceptar el terminante deseo de suicidarse de un ser querido, manifestado repetidamente a través de bruscos intentos fallidos? La inevitable incomprensión hacia el dolor psíquico intenso, la forzosa distancia ante el abatimiento anímico letal, la terca esperanza en psiquiatras, bálsamos y querencias varias: los suicidas siempre mueren violentamente solos.

"Mi madre y yo íbamos en un avión. Antes de irnos había hablado con Elf. Ella no había dicho ni una palabra. Yo le dije que todo saldría bien, de verdad, que la necesitaba, que la entendía, que la quería, que la echaría de menos, que volvería con ella, que estar las dos juntas en Toronto un tiempo nos iba a sentar de maravilla, que Nora también estaba deseándolo, que yo entendía que solo porque no quisiera vivir no significaba que necesariamente quisiera morir, lo que pasa es que suele hacerse así, que quisiera morir igualmente que había vivido, con elegancia y dignidad, que yo necesitaba que tuviera paciencia, que luchara un poco más, que aguantara, que supiera que la queríamos, que supiera que quería ayudarla, que la ayudaría, que necesitaba zanjar algunas cosas, que mi madre y yo teníamos que ir al funeral de tía Tina en Vancouver, que volvería, que ella se quedaría conmigo un tiempo en Toronto, sería cortar con todo y descansar, que Nic ya había vuelto, estaba en Winnipeg, que vendría a verla todos los días, que yo tenía que irme, que necesitaba saber que ella iba a estar bien en mi ausencia, que me inclinaba compasivamente ante su sufrimiento, que ella podía ser dueña de su vida, que yo entendía que a veces el dolor era mental, no solo físico, y que ella no quisiera otra cosa que acabar con él y dormir para siempre, que para ella su vida había acabado pero que para mí seguía sucediendo y que parte de ella era intentar salvarla, que la idea de salvarla era algo en lo que no estábamos de acuerdo, que yo estaba dispuesta a hacer lo que ella quisiera hacer pero solo si era realmente cierto que no existían nuevas puertas por abrir, empujar o por las que irrumpir porque si las había me rompería hasta el último hueso del cuerpo corriendo u estampándome contra la puta puerta las veces que hicieran falta, una y otra vez, una y otra vez. ¿Vas a comer?, le pregunté. ¿Vas a hablar?
Alargó los brazos como un bebé que se levanta de la siesta y quiere que lo cojan y yo me lancé a su abrazo y lloré desesperadamente."

("Pequeñas desgracias sin importancia", Miriam Toews, 2014.)

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