lunes, 8 de marzo de 2021

Alejo Carpentier, "El reino de este mundo" [1949]

Tras sufrir la sociedad decadente de Santo Domingo y el poderío de los colonos siendo propiedad de Monsieur Lenormand de Mezy, después de engrosar la cruzada de los esclavos enardecida por las gestas del mítico héroe Mackandal, 'El Manco. El Restituido. El Acontecido', habiendo asistido a la frustrada aspiración del general Leclerc y su esposa Paulina Bonaparte de sofocar la sublevación de Toussaint-Louverture, viéndose de nuevo subyugado por un reinado inverosímil, la arrogante y vertiginosa tiranía de Henri Christophe, y huyendo de la reconstituida opresión de los mulatos republicanos y su legión de agrimensores, Ti Noel, el símbolo de la masa anónima, el humano común y universal, el representante de un pueblo aparente mero espectador del proceso histórico, en la novela la historia de Haití durante la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, despliega su recién descubierto poder vudú sobre la naturaleza para metamorfosearse en otros animales y abandonar la desalentadora sociedad humana, hasta que un lance amargo, y una oscura lucidez, le conminan a comprender la verdad última del "Reino de este mundo",

"Ti Noel comprendió obscuramente que aquel repudio de los gansos era un castigo a su cobardía. Mackandal se había disfrazado de animal, durante años, para servir a los hombres, no para desertar del terreno de los hombres. En aquel momento, vuelto a la condición humana, el anciano tuvo un supremo instante de lucidez. Vivió, en el espacio de un pálpito, los momentos capitales de su vida; volvió a ver a los héroes que le habían revelado la fuerza y la abundancia de sus lejanos antepasados del África, haciéndole creer en las posibles germinaciones del porvenir. Se sintió viejo de siglos incontables. Un cansancio cósmico, de planeta cargado de piedras, caía sobre sus hombros descarnados por tantos golpes, sudores y rebeldías. Tí Noel había gastado su herencia y, a pesar de haber llegado a la última miseria, dejaba la misma herencia recibida. Era un cuerpo de carne transcurrida. Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo."

(Alejo Carpentier, "El reino de este mundo", 1949)

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