martes, 7 de febrero de 2023

Amin Maalouf, "Las cruzadas vistas por los árabes" II [1983]

habiendo concluido "Las cruzadas vistas por los árabes" de Amin Maalouf, tendría que mencionar la fascinante y suicida secta de los asesinos, determinante en los siglos cruzados, al santo rey Nur al-Din, temprano hábil propagandista de la yihad, a su lugarteniente Shirkuh, genio militar héroe de la campaña en Egipto, a su sobrino, el gran Saladino, reconquistador de Jerusalén, firgura prominente en Oriente Medio, o al fiero sultán Baybars, el mameluco, antiguos esclavos que derribaron la dinastía ayubí, que encauzó las batallas previas a la definitiva expulsión de los francos cruzados; pero dejen que saque a colación a Federico II de Hohenstaufen, 'stupor mundi', y la curiosa amistad que entabló con al-Kamel "El Perfecto", hermano de Saladino, aclamado anticruzado, también vilipendiado por aquel extraño arreglo por el que cedió la Ciudad Santa sin cruenta batalla al emperador germano-romano: dicen del extraordinariamente culto Federico II, conocedor del árabe entre otras lenguas, que no se sentía más próximo al cristianismo que al islam, 'con toda seguridad ateo' dirá de él el cronista damascense Sibtr Ibn al-Yawzi, y que, como al sultán sirio-egipcio, que quería facilitar un Estado tapón para contener a sus enemigos, sólo le interesaba Jerusalén por consideraciones políticas, la respetabilidad de súbditos, aliados y enemigos; estas consideraciones les indujeron a firmar, en febrero de 1229, un inaudito tratado por el que Jerusalén quedaba de nuevo bajo dominio occidental, una afrenta por la que al-Kamel será tildado de traidor; la actitud de Federico II al entrar en la Santa Ciudad no fue la del cruzado prototipo: en en la Cúpula de la Roca se mofará de la Trinidad cristiana, y allí sugerirá que los 'frany' son unos cerdos, y según su guía, el cadí de Nablus Shams al-Din, encargado de ofrendarle las llaves de Jerusalén,

"Cuando el emperador, rey de los frany, vino a Jerusalén, me quedé con él como había pedido al-Kamel. Entré con él en el Harun al-Rashid donde recorrió las pequeñas mezquitas . Luego fuimos a la mezquita al-Aqsa, cuya arquitectura admiró, así como a la Cúpula de la Roca. Le fascinó la belleza del púlpito y subió por sus esclaeras hasta llegar arriba. Al bajar, me tomó de la mano y me llevó de nuevo hasta al Al Aqsa. Allí encontró a un sacerdote que quería entrar en la mezquita, evangelio en mano. Furioso, el emperador empezó a increparlo rudamente: '¿Quién te ha traído a este lugar? ¡Por Dios, que si uno de vosotros vuelve a atreverse a poner los pies aquí sin permiso, le saco los ojos!' El sacerdote se alejó temblando. Aquella noche le pedí al almuecín que no llamar a la oraciónpara no incomodar al emperador. Pero éste, cuando fui a verlo al día siguiente, me preguntó: 'Oh cadí, ¿por qué los almuecines no han llamado a la oración como suelen?' Le contesté: 'Se lo he impedido yo por consideración hacia tu majestad. No habria debido actuar así -me dijo el emperador- pues, si he pasdado esta noche en Jerusalén, ha sido sobre todo para oír la llamada del almuecín de noche."

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