lunes, 20 de febrero de 2023

David Graeber, "La utopía de las normas. De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia" III [2015]

En "La tiranía de la falta de estructuras", Jo Freeman mostraba, sustentándose en la experiencia de los primeros círculos del feminismo de los años sesenta, una dinámica organizativa viciada de los colectivos reunidos en asamblea: primero una suerte de anarquismo inicial, improvisado sobre la marcha, que asume tácitamente la irrelevancia de mecanismos formales de control; seguido de un crecimiento cuantitativo que invariablemente hace surgir camarillas informales, en las que pequeños grupos de aliados comienzan a controlar la información, a imponer agendas y a acumular poder de múltiples maneras sutiles y diferentes; para culminar, a propuesta de Jo, en la asunción de la necesidad de mecanismos formales, cuya pretensión sería evitar este acaparamiento de poder comiteril informal.
Un leninista retorcerá la argumentación para, pretendiendo acotar la arbitrariedad, proponer la necesidad de un Comité Central institucionalizado que saque al poder de las sombras y lo haga transparente; promoverá la creación de una 'estructura formal de rendimiento de cuentas' en la cuestionable aceptación de que es más fácil limitar el poder de una camarilla si se le concede estatus y legitimidad.
Graber recogerá este debate como muestra de dos formas comunes de militante utopismo materializado: por una parte, un antiatutoritarismo que, en su énfasis en la síntesis creativa y la improvisación, ve la libertad básicamente en términos del acto de jugar, y por otro lado, un republicanismo tácito que cree que la libertad es la capacidad de reducir todas las formas de poder a un conjunto de reglas claras y transparentes: una noción burocratizada de libertad lanzada hacia el sueño de un mundo en el que el acto de jugar esté limitado mientras todos los aspectos de la vida se reducen a alguna especie de juego regido por elaboradas normas.

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