sábado, 18 de febrero de 2023

David Graeber, "La utopía de las normas. De la tecnología, la estupidez y los secretos placeres de la burocracia" [2015]

En varias ocasiones he parafraseado la visión pesimista sobre la idea de la revolución del cineasta checo Jan Svankmajer,
"Creo que la revolución no soluciona los problemas de la civilización. No obstante, eso no significa que uno no deba rebelarse o impulsar una revolución. Creo que los periodos más felices de la humanidad los encontramos en los periodos en los que la represión vigente comienza a perder sus poderes como consecuencia de la presión revolucionaria y la nueva represión, que se llevará a cabo con el poder -sea como resultado de una victoria de la revolución o de la contrarrevolución- no ha empezado su tarea. Semejante 'caos anarquista' es un agujero negro de libertad. Esto fue por ejemplo, la segunda mitad de los años sesenta en Checoslovaquia."
En similar estela, David Graeber, en el primer ensayo de "La utopía de las normas" retomaba la cuestión central revolucionaria,
"¿Cómo se consigue un cambio fundamental en la sociedad sin poner en marcha un proceso que acabe con la creación de una nueva burocracia violenta? ¿Es el utopismo un problema, es decir, la idea misma de imaginar un mundo mejor y luego llevarlo a la práctica? ¿O se trata de algo en la propia naturaleza de la teoría social? ¿Deberíamos, pues, abandonar la teoría social? ¿O es que la noción de revolución posee un fallo inherente? [...] ¿Cómo asegurarse de que quienes pasan por la experiencia revolucionaria no se organizan de nuevo bajo otro nuevo epígrafe (el pueblo, el proletariado, la multitud, la nación, la 'ummah', lo que sea) que dé lugar a la construcción de un nuevo conjunto de normas, regulaciones e instituciones burocráticas en torno a sí mismo y que inevitablemente creará nuevas formas de policía para obligar a su cumplimiento?"
Una guía la tomaba Graeber de los situacionistas, con sus actos creativos de subversión, que pretendían apuntar a la detonación de una explosión social cuyo control fuera imposible, o de los anarquistas estadounidenses contemporáneos de misma tradición, sin la aspiración milenaria, del Colectivo de Trabajadores CrimethInc., que querrán mantener una desafiante e insistente voluntad de actuar como si uno ya fuera libre, aun sin la seguridad de apuntalar un enfoque contribuyente a una incierta estrategia general; o del feminismo que pone en el centro la inmediatez de la vida y un intento de organizarse de modo no burocrático; o del Movimiento de la Justicia Social alrededor de las Cumbres del Comercio, o de las acampadas del 2011.
Respecto a la Comuna de París, la Revolución española o Mayo del 68, Graeber mostraba cierta perplejidad, por tratarse de inesperadas insurrecciones que momentáneamente arrancaron el protagonismo a las fuerzas burocráticas en liza: ¿cómo el mismo público que dos meses antes había votado mayoritariamente por fuerzas sociales que defendían una democracia social moderada se encontraba de repente dispuesto a arriesgar la vida por cambios sociales radicales?
En otro texto, "Reflexiones sobre la guerra", Simone Weil apuntaba hacia la aporía, al menos hasta nuevo aviso, de la guerra revolucionaria,
"La guerra revolucionaria es la tumba de la revolución y lo seguirá siendo mientras no dé a los propios soldados, o más bien a los ciudadanos armados, el medio de hacer la guerra sin aparato dirigente, sin presión policial, sin jurisdicción de excepción, sin penas para los desertores. La guerra se hizo así una vez en la historia moderna, a saber, en la Comuna [de París]; y no se ignora cómo terminó. Parece que una revolución comprometida en una guerra no tenga más elección que sucumbir bajo los golpes asesinos de la contrarrevolución, o transformarse ella misma en contrarrevolución por el propio mecanismo de la lucha militar. Las perspectivas de revolución parecen entonces muy limitadas, pues ¿puede una revolución evitar la guerra? Es, sin embargo, por esta débil posibilidad por la que hay que apostar, o abandonar toda esperanza."

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