jueves, 16 de marzo de 2023

Enzo Traverso, "Revolución. Una historia intelectual" III [2021]

¿hooliganismo moral rabioso, patriotismo fanático de partido o humanismo remilgado e irrelevante?

"En la década de 1930, los Procesos de Moscú fueron un reflejo estremecedor de las tendencias en conflicto y los dilemas morales que desgarraron a toda una generación de bolcheviques y, de manera indirecta, de intelectuales revolucionarios en una escala global. En la defensa de un ideal comunista que trascendía los intereses individuales, su compromiso moral estaba bajo la amenaza permanente de dos derivas distintas. La primera era el extremismo ético, que postulaba valores absolutos en nombre de los cuales cualquier consecuencia social, política y hasta humana podía considerarse como menor y aceptable y cualquier compromiso como una traición y una forma despeciable de realpolitik. Bakunin y Necháyev habían fijado sus reglas en una suerte de ley revolucionaria:
'Duro consigo mismo, [el revolucionario] también debe serlo con los otros. En él, todas las emociones tiernas y afeminadas del parentesco, la amistad, el amor, la gratitud y hasta el honro deben sofocarse por obra de una pasión fría y excluyente por la causa revolucionaria. Para él solo existen un deleite, un consuelo, una recompensa y una gratificación: el éxito de la revolución. Día y noche, no debe tener sino un pensamiento, una meta: la destrucción inmisericorde. En la búsqueda despiadada e incansable de esa meta, debe estar preparado tanto para morir como para destruir con sus propias manos todo lo que se interponga en el camino de su consumación.'
La segunda deriva era una forma de autoalienación con respecto a un partido visto como la encarnación de la ética revolucionaria. Después de 1917, esta tendencia prevaleció y avasalló cada vez más cualquier ámbito de autonomía individual. Según Lukács, 'la verdadera fortaleza del partido es moral'. El aterrador espectáculo de los procesos de Moscú, en los que una generación de intelectuales revolucionarios brillantes, valiosos, generosos y a menudo valientes 'confesaron' los más terribles delitos imaginarios y se autocalificaron de traidores, echa luz no solo sobre la destrucción de la ética comunista por el estalinismo, sino también sobre las consecuencias extremas de una peligrosa teoría filosófica y política que consideraba al Partido Comunista como la encarnación misma de la ética. Enfrentados a los trágicos resultados de esta práctica de autolienación, varios comunistas redescubrieron las virtudes del humanismo radical. En la autobiografía de Victor Serge podemos leer lo siguiente:
'Defensa del Hombre. Respeto por el Hombre. Es preciso dar al Hombre sus derechos, su seguridad, su valor. Sin ellos, no hay socialismo. Sin ellos, todo es falso, ruinoso e infecto. Me refiero al hombre, quien sea, aunque se trate del peor de llos hombres, el 'enemigo de clase', hijo o nieto de un burgués; no me importa. Jamás hay que olvidar que un ser humano es un ser humano. Todos los días, en todas partes, ante mi vista, se lo olvida, y esto es lo más repulsivo y antisocialista que puede suceder."

("Revolución. Una historia intelectual", Enzo Traverso, 2021.)

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