miércoles, 17 de julio de 2019

Carlos García, "La desordenada codicia de los bienes agenos" [1619]

Los confeccionadores de los manuales de literatura hispana la enmarcan en la órbita de la literatura picaresca, y otros críticos la consideran el mejor ejemplo en lengua española de los libros del hampa. Fue un enigmático Carlos García quien escribió en París esta memorable, aun desconocida, obra, "La desordenada codicia de los bienes agenos". En ella, entre las apasionadas alabanzas al oficio ladronesco, se dibuja una intención didáctica, en las vicisitudes del encuentro en la prisión, prisión que se asocia al infierno de los condenados en ultratumba, entre el narrador y Andrés el ladrón, en las aventuras con desenlace trágico que le relata el ladrón Andrés al misterioso narrador, devenido narratario. ¿Habrá existido en alguna parte del orbe la República de los Ladrones esbozada al final de la obra? La dantesca descripción de la cárcel, una intensa exposición de las ruinas a las que somete la prisión al humano que da con sus huesos en ella, dictamina que el precio que se paga por dedicar la vida al robo es excesivo, aun considerando de forma entusiasta la prodigiosa promesa de libertad que contiene la ocupación latrocinia,


"Y otros ay tanbién que, aunque no muercen el cuello ni hablan tanto de Dios, tuercen con todo esso la jurisdición de su officio al que más diere; los quales, estando murados con ciertas ropas largas, anchas y de respeto, no ay hombre que ose dezilles una palabra, ni aun mostralles por señas la mala satisfacioón que dellos se tiene. Pero el desdichado que no tiene a Dios en la lengua, ni escorza en que engastarse, si no fuere muy prudente y discreto, todas las persecuciones del mundo le envisten de tropel, escupiéndole todos en la cara y siendo el terreno de todas las affrentas del mundo. Assí que vuestra merced no vitupere a vulto nuestra arte, porque offendería a todo el mundo y, por ventura, a sí mesmo, pues nemo sine crimine vivit. Quantomás que si vuestra merced supiese la dulçura que trae consigo coger el fruto que un hombre no a plantado y hallar la cogida en su granero, sin tener campo ni viña, se mamaría los dedos. ¿Es poco, le suplico, amanecer un hombre sin blanca, ni cornado, ni aun saber de dónde lo sacará aquel día para sustentar su familia, y al anochecer se hallará con cien ducados, sin saber de dónde vinieron? ¿Es poca suerte, en el mayor descuydo y necessidad hallar vestidos echos y drechos, sin pagar el paño, sastre, ni echuras? ¿Ay nobleza en el mundo como ser caballero sin renta y tener los bienes agenos tan propios que pueda disponer dellos a su gusto y voluntad sin que le cueste más que el tomallos? ¿Estima vuestra merced en poco, ser mercader sin caudal, ganar doscientos por nada, sin passar el mar, ni entremeterse en ferias o mercados, ni tener cuydado si el mercader hará banco roto, o el año será más estéril o abundante, caro o barato? Y si, por vía de reputación o crédito, lleva vuestra merced nuestro officio, ¿le parece que es poco hallar crédito de la vida y tener a nuestra devoción uno y mil aguaziles que nos fíen los açotes, galeras, el tormento y la horca, sólo con una simple y mal segura promessa de que le satisfaremos con las ganancias del primer hurto, y que no sólo haga esto por nosotros, sino también por nuestros amigos, parientes y conocidos? Desemplúmese vuestra merced y conozca que no ay vida más quieta y segura en este mundo que la nuestra, porque por un desplazer que tengamos, ay infinitos gustos y contentos que gozar. Y esto ay en cuanto a mi vacación y officio."

(Carlos García, "La desordenada codicia de los bienes agenos", 1619.)

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