lunes, 23 de septiembre de 2019

Günter Wallraff, "Cabeza de turco" [1985]


"Yo no era un turco auténtico, eso es cierto. Pero hay que enmascararse para desenmascarar a la sociedad, hay que engañar y fingir para averiguar la verdad."

A principio de los años ochenta, Günter Wallraff se caracterizó adecuadamente para aparentar ser turco y se fue a la búsqueda de la suerte destinada a los procedentes de la Asia Menor que parten hacia Alemania. Escribió un reportaje exitoso, "Cabeza de turco", que relata sus experiencias como Alí, el nombre elegido para su nueva identidad, y que despliega un crudo arsenal de agravios padecidos por la población de Anatolia en tierras germanas.

" Tras una hora, a lo largo de la cual Afred nos azuza absurdamente y nos hace bregar como negros, aparece el 'sheriff' y se convence de que con nuestras primitivas herramientas no se puede avanzar. Manda traer martillos y escopolo de aire comprimidio, así como rastrillos lagos y, bajo las peores condiciones de formación de polvo, tenemos que levantar —sin máscaras— el polvo de hierro encostrado. Tendidos de lado en el suelo, reptamos por los intestinos de la máquina entre constantes insultos. El fragor de los atronadores aparatos de aire comprimido retumba en los angostos pasadizos de acero y se mete dolorosamente en los oídos. Los dispositivos para proteger los oídos son aquí todavía desconocidos. Los ojos escuecen y todos, a cual más, moquean, tosen y resoplan. Es el infierno. Más adelante me cuenta Mehmet que, en situaciones como ésas, uno prefiere pasarse meses en la cárcel antes que tener que soportar una cosa así unas horas. En semejantes situaciones se dedica uno a imaginar para Adler las peores formas de muerte e incluso se llega a tomar la decisión de jugárselo todo a una carta y lanzarse a desvalijar una casa o incluso atracar un banco. Y es que quien está metido aquí no tiene nada que perder y ni siquiera le asusta la cárcel. Las rodillas, a pesar de los pantalones de trabajo, han llegado a sangrar por las rozaduras, y los guantes de trabajo se han desangrado. No hay manera de que el transbordador quede desatascado. Se hacen la una, las dos, las tre. Nos vemos obligados a golpear como locos con nuestros pesados aparatos y a tragarnos toda clase de partículas."

(Günter Wallraff, "Cabeza de turco", 1985.)

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