miércoles, 4 de diciembre de 2019

Heródoto de Halicarnaso, "Historia" [hacia el 430 antes de Cristo?]


En el libro III de su "Historia", Heródoto cuenta que, hacia la década de los veinte del siglo VI a. C, antes de ser entronizado Darío I El Grande como rey de Persia, tras el derrocamiento del mago usurpador por los siete nobles, tres de ellos, Ótanes, Megabizio y el propio Darío, pronunciaron sendos relevantes discursos sobre la preferente forma de organización del Estado persa. Heródoto, en la época en la que escribía sus historias, acorde a su experiencia política, sólo tenía en consideración tres posibles formas de gobierno, que eran, a saber, la democracia, la oligarquía y la monarquía. A Ótanes adjudica el historiador griego la anacrónica apología de la democracia, contestada por Megabizio, partidario de la oligarquía, expresión de la existencia de una nobleza que justificaba sus ambiciones de poder mediante sus pretensiones de superioridad moral e intelectual, y respondido a su vez por Darío, próximo gran rey de los persas, vencedor del debate que sostiene la superioridad de la monarquía por las enemistades irreconciliables que se maceran en la comunidad oligárquica.

"Ótanes solicitaba, en los siguientes términos, que la dirección del Estado se pusiera en manos de todos los persas conjuntamente: 'Soy partidario de que un solo hombre no llegue a contar en lo sucesivo con un poder absoluto sobre nosotros, pues ello ni es grato ni correcto. Habéis visto, en efecto, a qué extremo llegó el desenfreno de Cambises y habéis sido, asimismo, partícipes de la insolencia del mago. De hecho, ¿cómo podría ser algo acertado la monarquía, cuando , sin tener que rendir cuentas, le está permitido hacer lo que quiere? Es más, si accediera a ese poder, hasta lograría desviar de sus habituales principios al mejor hombre del mundo, ya que, debido a la prosperidad de que goza, en su corazón cobra aliento la soberbia; y la envidia es connatural al hombre desde su origen. Con estos dos defectos, el monarca tiene toda suerte de lacras; en efecto, ahíto como está de todo, comete numerosos e insensatos desafueros, unos por soberbia y otros por envidia. Con todo, un tirano debería, al menos, ser ajeno a la envidia; sin embargo, para con sus conciudadanos sigue por naturaleza un proceder totalmente opuesto: envidia a los más destacados mientras están en su corte y se hallan con vida, se lleva bien, en cambio, con los ciudadanos de peor ralea y es muy dado a aceptar calumnias. Y lo más absurdo de todo: si le muestras una admiración comedida, se ofende por no recibir una rendida pleitesía; mientras que, si se le muestra una rendida pleitesía, se ofende tachándote de adulador. Y voy a decir ahora lo más grave: altera las costumbres ancestrales, fuerza a las mujeres y mata a la gente sin someterla a juicio. En cambio, el gobierno del pueblo tiene, de entrada, el nombre más hermoso del mundo: 'isonomía'; y, por otra parte, no incurre en ninguno de los desafueros que comete el monarca: las magistraturas se desempeñan por sorteo, cada uno rinde cuentas de su cargo y todas las deliberaciones se someten a la comunidad. Por consiguiente, soy de la opinión de que, por nuestra parte, renunciemos a la monarquía exaltando al pueblo al poder, pues en la colectividad reside todo'.
Esta fue, en suma, la tesis que propuso Ótanes"

(Heródoto de Halicarnaso, "Historia", hacia 430 a.C.?)

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