martes, 22 de diciembre de 2020

Gustavo Adolfo Bécquer, "Pereza" [1863]

El periodismo fue una importante ocupación de Bécquer durante el último decenio de su vida, principalmente en el "El Contemporáneo", un periódico madrileño de tendencia conservadora dirigido por José Luis Albareda cuyo primer número se publicó en diciembre de 1860. Hubo de ser cuestión de supervivencia, en otros párrafos el poeta trasluce su aversión a 'ese abismo de cuartillas' que llamamos 'periódico', esa 'especie de tonel que, como al de las Danaides, siempre se le está echando material y siempre está vacío'. Entre las colaboraciones localizadas en los diarios en que escribió, en su día todas anónimas, llama la atención un elogio de la pereza que hubiera sido aplaudido por el mismísimo Paul Lafargue. El artículo, titulado "Pereza", está fechado el 10 de marzo de 1863, y en el acostumbrado tono melancólico, con su consabida elegancia y exquisita ironía, escribía,

"La mejor prueba de que la pereza es una aspiración instintiva del hombre, y uno de sus mayores bienes, es que, tal como está organizado este pícaro mundo, no puede practicarse, o al menos su práctica es tan peligrosa, que siempre ofrece por perspectiva el hospital. Y que el mundo tal como lo conocemos hoy, es la antítesis completa del paraíso de nuestros primeros padres, también es cosa que por lo evidente no necesita demostración. Sin embargo, el cielo, la luz, el aire, los bosques, los ríos, las flores, las montañas, la creación, en fin, todo nos dice que subsiste la pereza. ¿Dónde está la variación? El hombre ha comido la fruta prohibida; ha deseado saber: ya no tiene derecho a ser perezoso.
—¡Trabaja, muévete, agítate para comer! Esto es tan horrible como si nos dijeran: —¡Da a esa bomba, suda, afánate para coger el aire que has de respirar!
Cuántas veces, pensando en el bien perdido por la falta de nuestros primeros padres, he dicho en el fondo de mi alma, parodiando a Don Quijote en su célebre discurso sobre la Edad de Oro: —¡Dichosa edad, y dichosos tiempos aquellos en que el hombre no conocía el tiempo, porque no conocía la muerte, e inmóvil y tranquilo gozaba de la voluptuosidad de la pereza en toda la plenitud de sus facultades! —Caímos del trono en que Dios nos había sentado; ya no somos los señores de la creación, sino una parte de ella, una rueda de la gran máquina, más o menos importante, pero rueda al fin, y condenada por lo tanto a voltear y a engranarnos con otras, gimiendo y rechinando, y queriéndonos resistir contra nuestro inexorable destino. Algunas veces la pereza, esa deidad celeste, primera amiga del hombre feliz, pasa a nuestro lado y nos envuelve en la suave atmósfera de languidez que la rodea, y se sienta con nosotros y nos habla ese idioma divino de la transmisión de las ideas por el fluido, en el que no se necesita ni aun tomarse el trabajo de remover los labios para articular palabras. Yo la he visto muchas veces flotar sobre mí, y arrancarme al mundo de la actividad, en que tan mal me encuentro. Mas su paso por la tierra es siempre ligerísimo; nos trae el perfume de la bienaventuranza, para hacernos sentir mejor su ausencia. ¡Qué casta, qué misteriosa, qué llena de dulce pudor es siempre la pereza del hombre!"

(Gustavo Adolfo Bécquer, "Pereza", artículo de "El Contemporáneo" de marzo de 1863.)

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