domingo, 6 de febrero de 2022

Marta Venceslao Pueyo, Mar Trallero y el colectivo Genera, "Putas, República y revolución" [2021]

En las furiosas jornadas de julio, fueron muchas las mujeres que estuvieron batiéndose con el fusil en la mano en las calles de Barcelona, y fueron otras tantas las que decidieron engrosar las milicias antifascistas que ponían rumbo a Zaragoza. Era el inicio de la contienda y las milicianas, incialmente convertidas en símbolo de heroicidad y de determinación resistente, combatían hombro con hombro con los hombres, cortocircuitando la tradicional domesticidad a la que se les abocaba. No durará mucho la exaltación de la mujer combatiente: la figura de la miliciana será objeto de una campaña de descrédito bajo la acusación de ejercer la prostitución en el frente y propagar enfermedades venéreas entre los soldados. Póngase como ilustración un ominoso suceso ocurrido algún día indeterminado de aquel verano en la columna Durruti, recogido en el libro "Putas, República y revolución". Algunos testimonios señalan la ejecución de varias prostituas en el frente de Aragón como consecuencia de su negativa a abandonar el campamento: fueron acusadas de transmitir enfermedades de origen sexual a los soldados y de causar múltiples bajas. Sólo una fuente, la entonces pareja de Durruti, Emilienne Morin, desmiente el suceso. En otoño de 1936 el Gobierno de Largo Caballero ordenará la retirada de las mujeres de los frentes de combate pretextando que serían más útiles en la retaguardia.

"Llegados hasta aquí, podrían plantearse algunas observaciones. Si, como hemos sugerido, el tratamiento político, simbólico y social de la prostitución puede tomarse como un prisma a través del cual elucidarcuestiones de orden estructural en términos de género, parece claro que detrás de la equiparación miliciana-prostituta encontramos, no un problema sanitario, sino una urdimbre compleja de elementos relacionados con el desajuste que producían aquellas mujeres que, ya ejercieran como 'putas' o 'combatientes', subvertían una edificación social basada en la subordinación femenina. La equiparación de las milicianas con las prostitutas merece toda nuestra atención porque vuelve a mostrar la construcción de la prostitución como dispositivo pedagógico. La figura de la trabajadora sexual -operador simbólico por excelencia. permite una separación aparentemente incontestable entre las mujeres 'normales' y las 'anormales'. En el sentido anotado por [Dolores] Juliano, trabaja como un dispositivo que instruye y alecciona sobre el orden social recordando, en todo momento, la existencia de las fronteras que separan lo aceptable de lo inaceptable, y el precio que se paga por transgredirlas. La mácula 'puta' viene a advertir al resto de mujeres de los peligros que asedian a aquellas que osen traspasar el límite patriarcal de lo moralmente correcto y permitido, que no son otros que el repudio y la vergüenza."

("Putas, República y revolución", Marta Venceslao Pueyo, Mar Trallero y el colectivo Genera, 2021)

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