lunes, 1 de agosto de 2022

Emmanuel Mbolela, "Refugiado. Una odisea africana" [2017]

leed directamente las historias de los migrantes; leed, por ejemplo, la historia del periplo de Emmanuel Mbolela, escrito por su propia mano, valerosa voz de quienes quedaron en el camino, que abandonó la República Democrática del Congo en el año 2002, y que tras cruzar varios países del África negra, Congo-Brazzaville, Camerún, Nigeria, Benín, afrontó la severa travesía por el desierto del Sáhara, Níger, Mali, Argelia, para quedar bloqueado varios años en Marruecos: en el año 2008 consiguó llegar a Holanda;

"La llegada a Argel significó para mí el comienzo de una serie de adversidades mucho peores que las que había conocido en Camerún, Benín y Mali. En estos países nadie podía saber si era extranjero o no y, de serlo, de dónde venía o si tenía papeles o no. En Argelia, mi color de piel bastaba para delatarme. Pasé mi primera noche encima de un saco, bajo la manta que me había dado un amigo. Sin duda había tenido tiempo de acostumbrarme a este tipo de vida durante mi recorrido, pero lo que me consternaba era el escandaloso contraste entre esos edificios, esas carreteras, toda esa urbanización, y nuestra condición de sintecho. No tener papeles en Argelia es no tener valor, dignidad ni derechos. Sin embargo, los argelinos a menudo son también inmigrantes en Europa, a veces incluso ilegales como esos negros a los que maltratan, denigran, tratan de manera racista, rechazan. En Europa, a menudo se los señala como chivos expiatorios, responsables de la crisis económica y de todo lo que va mal. En Argelia, proceden de igual modo con nosotros. Por si fuera poco, el Gobierno instrumentaliza nuestra presencia para obtener créditos de la Unión Europea con el fin de 'frenar los flujos migratorios' lejos de las fronteras europeas. Ni a los niños pequeños les gustan los migrantes; están acostumbrados a vernos perseguidos, detenidos, esposados, cargados en el furgón policial. Recuerdo que nos gritaban: '¿Compañero, dónde está el pasaporte?'. Nos consideraban unos miserables, unas bestias sin educación.
Este desprecio se manifiesta incluso en los hospitales. Si estás enfermo y vas al hospital, el personal sanitario te denuncia a la policía, que viene a detenerte sin dejarte siquiera que recibas asistencia médica. En la calle, casi todas las miradas son miradas de desdén. No valemos más que para los trabajos más penosos y sucios. En Argel, sobre todo en los barrios populares, ser negro es estar expuesto a todo tipo de humillaciones. Nos tratan de 'azzi', que quiere decir esclavo. Algunos jóvenes no dudan en tirarnos piedras mientras gritan: '¡Azzi!'. En varias ocasiones he sido víctima y testigo de tales actos, que tienen su orginen en la época del tráfico negrero. Los discursos del odio son propagados también por la prensa argelina, que sistemáticamente ofrece una imagen negativa de los migrantes. Cuando más tarde, en Marruecos, comencé mi lucha contra estos actos, descubrí que el trato inhumano del que los subsaharianos somos víctimas en los países del Magreb está en gran medida alentado por la 'externalización de la gestión de los flujos migratorios', como dicen los eurócratas. La Unión Europea concede una cantidad considerable de medios a estos países para proteger sus fronteras, aun sabiendo que en ellos se pisotean los derechos humanos más elementales. La política europea contra la inmigración ilegal es directamente responsable de la muerte de los migrantes en el desierto, de los naufragios en el Mediterráneo y de la intensificación del racismo y la xenofobia."

("Refugiado. Una odisea africana", Emmanuel Mbolela, 2017.)

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