martes, 15 de noviembre de 2022

Jean Flori, "El islam y el fin de los tiempos. La interpretación profética de las invasiones árabes en la Cristiandad medieval" III [2007]

de la abadía de Tegernsee, allá por Baviera, salió en 1160 una representación dramática que el propio Federico Barbarroja pudo conocer, bala política para el cargador propagandístico del emperador romano germánico, titulada "El juego del Anticristo", una obra que escenifica los principales poderes en liza en los tiempos coetáneos: el Anticristo, la sinagoga, el papa, el emperador, el 'basileus', los reyes de Francia y Jerusalén: el emperador germánico, conductor del juego, envía sus embajadas a los reyes de Francia y Grecia para pedirles su obediencia en nombre del antiguo Imperio romano, cuya herencia reivindica: debilitado el protagonismo papal, los monarcas ceden a la presión militar amenazante, concediendo al emperador la suprema soberanía de la Cristiandad: se perfilaba el 'rey de los romanos y de los griegos' de los relatos apocalípticos: el Emperador de los Últimos Días que se enfrentará al Anticristo antes de otorgar su poder al Altísimo; varios lustros después, en marzo de 1188, Federico Barbarroja convocará en Maguncia una corte imperial que será bautizada como 'la corte de Jesucristo': en un ambiente de piedad mística, tomará la cruz y enviará a Saladino un mensaje con el requerimiento de evacuar sin tardanza las tierras de los cristianos y devolver la Vera Cruz, bajo pena de estremecerse contra él 'el Imperio romano entero', 'el mundo mismo': Federico se presentaba como el mesías guerrero de la Cristiandad, encarnación de Carlomagno, el primero de los cruzados; los engranajes de la tercera cruzada, la Cruzada de los Reyes, quedaban engrasados

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