domingo, 5 de septiembre de 2021

Agustín Durán, "Romancero general" [1851-1854?]

Así explica Agustín Durán el motivo de la popularidad de los romances de ciego y las jácaras en tierras castellanas. Uno puede recordar los discursos forenses de Meléndez Valdés o las imprecaciones contra el gangsta rap. Las jácaras modernas las dominan los emecés.

"¿Qué pudo hacer el pueblo bajo el imperio de la casa de Austria, sino enviar lo mas selecto de él a verter su sangre en otros climas, y convertir en frailes la otra parte? Reducido a tal extremidad, el antiguo y fiero castellano dobló su cerviz al yugo del despotismo. Vencido en Villalar y privado de toda esperanza de ser libre, dejó de existir como poder público, y se trasformó en vulgo miserable. Como tal aceptó un género de poesía conforme a sus nuevos pensamientos, y el antes noble y patriota castellano fue después el siervo fanático de sus opresores, el verdugo de los pocos que intentaban sacarle de su estado. Supersticioso, se dedicó á cantar los falsos milagros: esclavo en su pensamiento, todo lo creía sin examen; pero valiente todavía, y no teniendo héroes de buena ley que celebrar, celebraba los malhechores y bandidos que burlaban la justicia de los hombres. Así retoñaban aún contra la tiranía los instintos del fiero carácter castellano. Privado de cuanto estimula y engrandece el alma, extraviada su imaginación y su razón torcida, olvidado de sus antiguas glorias, se corrompió y degradó hasta el punto de apasionarse de lo que era mas deforme y despreciable. Demasiado abatido para que desde su bajeza alcanzase a mirar las clases mas altas de la sociedad en que vivía; entregado al desaliento y la pereza; contento entre la inmundicia que le rodeaba; indiferente a los asuntos públicos con relación a sí propio, solo veneraba, al través del prisma de sus errores, a la hipocresía como virtud, a la barbaridad como valor, al desenfreno como heroísmo, a la charlatanería como ciencia, y a las creencias falsas como parte integrante del dogma verdadero. La mentira mas absurda era para él la verdad mas evidente, si se acomodaba a sus instintos supersticiosos, y desde luego creía con toda su alma cuanto era imposible y absurdo. Este cenagal de corrupción, de falsa ciencia y de fe extraviada, sirvió de materia a los romances que los ciegos empezaron a propagar desde mediados del siglo XVII, y que simpatizan tanto con el vulgo alucinado, que constituyen su catecismo, su encanto, sus delicias, y puede decirse que hasta su único modelo ideal y su verdadero retrato. Gratos le eran estos romances, porque personificaban el denuedo en un contrabandista vencedor de un regimiento, y que se burlaba de las autoridades que persiguiendo el crimen lo hacían bajo las formas odiosas del despotismo: interesabanle aquellos cuadros lascivos, donde una dama resuelta dejaba la casa, y ultrajaba la autoridad paterna por seguir a un valentón rufián, á quien encubría en sus robos y favorecía en sus asesinatos; batía las palmas de gozo cuando se le presentaba un enjambre de alguaciles huyendo de un desaforado malhechor con visos de valiente; se entusiasmaba en pro del ladrón que socorría a los pobres con los despojos de los ricos; placíale verle subir animoso al cadalso, donde después de confesado, echaba un sermón muy tierno a los espectadores, y moría, tan persuadido como ellos de que iba sin tropezar a gozar de Dios, cual si fuera un santo; y en fin gustaba con desatino de hallar en estos romances un diluvio de milagros, de brujerías y encantamientos, una gaceta de terremotos y tempestades, incendios, pestes y castigos extraordinarios de la Providencia contra personas y pueblos enteros, sobre todo si eran judíos, moros o herejes. Todas o casi todas estas composiciones , consideradas como poesía, son detestables; pero ofrecen mucho interés, porque conservan los vestigios de una civilización degradada, y forman el contraste mas notable entre el carácter y costumbres del antiguo pueblo ignorante con el del nuevo vulgo humillado y envilecido; de la barbarie que camina a la cultura, con la civilización que desciende á la barbarie."

(Agustín Durán, prólogo al "Romancero general o colección de romances castellanos anteriores al siglo XVIII", 1851-1854.)

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