miércoles, 15 de septiembre de 2021

José González Morandi y Paco Toledo, "Can Tunis" [2007]


Un momento conocido del documental patrio. Juan, el Demonio, siendo niño, conduciendo un coche robado charlando sobre la miserable vida de los yonquis y mostrando la incertidumbre de su futuro, durante los últimos meses del barrio Can Tunis, conocido por aquel entonces como 'el supermercado de la droga'. En el mismo año del estreno del documental, que fue filmado un lustro antes, Juan mató al hijo del comocido rumbero Tony el Gitano, y casi una década después se vio envuelto en el asesinato en el Port Olimpic del joven del clan de los Baltasares que provocó el éxodo de familias enteras de La Mina y Badalona temerosas de un posible ajuste de cuentas.

"Lo que yo sabía de Can Tunis me lo había contado el Chusmari. De los cortes de la Ronda Litoral, ¿tú te acuerdas de eso, primo? Cuando las gitanas viejas cortaban la Ronda con vallas metálicas y pancartas y palmas, y cantaban 'A la bim, a la bam, a la bim bom bam, viviendas dignas, viviendas dignas y na más' enfrente de los pitidos de los camiones y los coches y las motos... Cuando eso, las excavadoras seguían tirando chabolas en Can Tunis. Todavía no me coscaba de que el puerto quería jamarse nuestro descampao; pero sí de que las excavadoras no las paraban los jambos, de que venían pa protegerlas de los estoques de los gitanos viejos que, con los ojos húmedos cuando la pala hundía la uralita del tejao, decían 'Toa una vida habemos pasao ahí dentro. No semos na'; frases de entierro, ¿sabes? Cuando eso, yo me iba con los colegas de mi hermano hasta las huertas, donde a veces había un coche de algún espabilao. La mayoría venía en muleros hasta la Zona Franca o el cementerio de Montjuic, pero de vez en cuando llegaba un cholo y dejaba el coche por los alrededores. Ese era nuestro: reventábamos la puerta, le hacíamos el puente y le dábamos brea como si fuera un auto de choque. 'Ahora yo, ahora yo.' 'Me toca, me toca a mí.' Tos queríamos el volante pa estamparlo contra el quitamiedos o contra un montón de basura o contra lo que fuera. Trompo va, trompo viene; el freno de mano se quedaba pequeño pa tantas manos, primo. 'Haz un cero, haz un cero.' Hasta que nos fundíamos la gasofa, lo desvalijábamos, rompíamos la luna a patás, le endiñábamos a los cristales de los intermitentes y lo rematábamos a pedrás. Luego, nos fumábamos un piti en el capó y nos deshuevábamos de cómo sonaba el cristal al romperse y ahí se quedaba abandonao... Los últimos días de Can Tunis fueron la caña. Después nos dieron las viviendas de protección oficial aquí en el barrio, en el bloque en forma de U al lado de la calle del Fuego, tos con ventanas y un baloncito pa los geranios y las jaulas de canarios... Querían acabar con la basura, con la mala fama que le daba el barrio a la ciudad. La mierda debajo de la alfombra, que no llegue la peste al centro... Pero los gitanos no sabemos de vivir en los pisos, nos perdemos por los pasillos, nos ahogan las paredes y los techos. Por eso sacaron tol cobre, el hierro y la chatarra, y muchos se las piraron; cogieron lo que les servía de sus casas, cambiaron veinte años de recuerdos pol cobre de las nuevas casas, solo pol cobre... Y ya se nos dijo chorizos, tos los gitanos son unos mangantes, que se dice muy fácil. Que hasta los jambos buenos decían que no era justo lo que se hacía en Can Tunis... Que sí, primo, que había mucha droga, a toas las horas y tos los días de la semana, eso no se pue negar. Y los clichábamos al llegar, a los yonquis desmayaístos, que los yonquis cuando ya están asín de mal ya son como los zombis... Y se acercaban a cualquier hora, picaban en las ventanas de los bajos y, después de dejar la panoja o lo que fuera con lo que pagaban, les pasaban la droga... Eso era como un McAuto, ¿sabes, primo? Un negocio, y nosotros sabíamos cuándo llevaban parné o algo de valor por cómo nos miraban. Los yonquis solo pensaban en picarse, se les olvidaba to lo demás, hasta disimular; se les veía el canguelo cuando les decíamos que qeríamos la panoja o el anillo o el colgante que le habían birlao a sus mamás. Chorar a la mamá, qué vergüenza, ya no hay na más abajo... Y les decíamos: Saca to lo que lleves, atrapao. Y ellos nos miraban y ya sabíamos si llevaba algo o no, el yonqui ya no nos podía camelar, nos lo habían dicho sus ojitos rojos, y él se coscaba y, dependiendo de lo que dijera, se lo astillábamos o no. A veces solo le astillábamos algo para tenerle acojonao, un carné o la foto de los churumbeles. Asín, a la próxima, ya sabía quiénes mandaban allí. Éramos los más canijos del barrio, primo. Los jambos casi no pisaban por allí y, cuando eso, ni canguelo ni na. Cuando aquello, nosotros no respetábamos a los que nos tenían miedo."

(Miguel Ángel Ortiz, "La inmensa minoría", 2014.)

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