lunes, 6 de septiembre de 2021

Sarah Hepola. "Lagunas" `[2015]

La periodista Sarah Hepola, una alcohólica rehabilitada, reflexiona en este fragmento sobre el consentimiento en noches etílicas.

"Para el 2014, el término 'cultura de la violación' ya había llegado a la revista "Time", que publicó un artículo de portada sobre un agresión sexual en un campus, ilustrado con la foto de una pancarta universitaria que lucía la palabra 'violación'. Al mismo tiempo empezaba a aprecer otro discurso mediático, en esa ocasión sobre las mujeres y el alcohol. CNN: "¿Por qué hay más mujeres que beben?" USA Today: "Chicas: los excesos alcohólicos son un problema muy serio para las mujeres".
Coectar públicamente esas dos informaciones era como entrar tan campante en un tendencioso campo minado. De vez en cuando aparecía algún columnista que sugería que las mujeres deberían beber menos para evitar las agresiones sexuales. Afirmaban que si las mujeres no bebieran tanto, no correrían tantos riesgos. Y cuando esos columnistas entraban como gladiadores em la arena del debate público, los destripaban. La respuesta fue de nuevo aplastante: 'Bebemos lo que nos sale del coño'.
Entendí ese contraataque. Las mujeres llevaban mucho tiempo oyendo cómo debían comportarse. Las mujeres estaban hartas de cambiar su comportamiento para agradar, para proteger, para defender, mientras los hombres escribían sus nombres en la historia, mientras meaban. La nueva consigna fue: 'No nos digáis cómo comportarnos, enseñad a los hombres a no violar'. No se puede culpar a las mujeres de que las violen. Las mujeres 'no van pidiéndolo' por la forma en que se visten o por lo que hacen.
Y las mujeres podemos beber lo que nos salga del coño. Yo lo hice, y no me refiero a quitarle a nadie su whiskey sour. Pero leer esas andandas desde campos de batalla atrincherados me hacía sentir muy sola. En mi vida, el alcohol había enturbiado muy a menudo la cuestión del consentimiento. Parecía mas una mancha de tinta que una línea bien definida.
Sabía por qué las mujeres que escribían sobre esas cuestiones no querían admitir las zonas grises; las zonas grises eran el lugar en el que la otra parte atacaba para afianzarse. Pero seguía deseando mantener una conversación a solas, lejos de los patíbulos de internet, sobre lo difícil que resulta combinar la claridad de los temas de debate política con la complejidad de la vida vivida hasta la última ronda.
Quizá el activismo desafía los matices, pero el sexo los exige. Para mí, el sexo era un complicado acuerdo. Era persecución y era caza. Era el juego del escondite, enfrentamiento y entrega,y el péndulo podía oscilar en mi cabeza toda la noche: sí, no; debería, no puedo.
Bebía para ahogar esas voces porque deseaba tener la valentía de una mujer sexualmente liberada. Quería liberarme de mis conflictos personales con la misma facilidad que parecían mostrar mis amigos. Así que bebía hasta llegar a un lugar en el que me daban igual, pero me despertaba siendo una persona que se preocupaba mucho. Muchos síes de viernes por la noche se convertían en noes los sábados por la mañana. Mi lucha con el consentimiento estaba dentro de mí."

(Sarah Hepola, "Lagunas. Recuerdo lo que bebí para olvidar", 2015.)

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