Con un "¡Malditos bastardos, todavía estoy vivo!" cerraba Roberto Saviano su impresionante best seller "Gomorra", quién iba a decir que el mismo día del estreno del primer capítulo de la segunda temporada de la trepidante adaptación audiovisual, Francesco Schiavone, hijo del histórico boss 'Sandokan', iba a ser detenido por la Guardia de Finanzas mientras veía en su morada una televisión colocada sobre una peana de oro sentado en uno de los sillones blancos, rollo el Pietro Savastano de los primeros capítulos. Alrededor de dos mil chavales seguirán disputándose cruentamente las plazas de venta de droga en los barrios de Nápoles, la mímesis de los gestos y hablares de los personajes ha hecho que un jefe de la policía italiana llegara a sentenciar 'no son camorristas, sino gomorristas'. Desempolven "La sociedad del espectáculo", 'la realidad surge en el espectáculo, y el espectáculo es real'. Y ahí que ha quedado defenestrado Roberto Saviano, acusado de pesimista cósmico que retrata las nocividades de una Italia que es preferible ocultar. No hablar de los problemas no los resolverá, pero ¿qué hay de malsano en hacer una fábula fascinante con una caterva de matones sanguinarios, abyectos, traidores, ambiciosos, infames? La maldita guerra del dinero sigue imperando en la putrefacción del cadáver social. Disfruten del show.
"La tensión se convierte en una especie de pantalla que se interpone entre las personas. En la guerra, los ojos dejan de estar distraídos. Cada cara, cada cara concreta debe decirte algo. Debes descifrarla. Debes observarla. Todo cambia. Tienes que saber en qué tienda entrar, estar seguro de todas y cada una de las palabras que pronuncias. Para decidir si paseas con alguien, tienes que saber quién es. Tienes que averiguar algo sobre él que sea más que una certeza, eliminar toda posibilidad de que sea un peón en el tablero del conflicto. Caminar juntos, dirigirse la palabra significa compartir el bando. En la guerra, el umbral de atención de todos los sentidos se multiplica, es como si se oyera con más agudeza, se mirara más a fondo, se percibieran los olores más intensamente. Pese a que la prudencia no sirve de nada frente a la decisión de una matanza. Cuando alguien ataca, no se preocupa de a quién salvar y a quién condenar."
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