jueves, 20 de febrero de 2020

Eurípides, "Medea" [431 antes de Cristo]

Medea, la sabia hechicera, la valiente amante que renunció a su patria y a su familia por el amor de Jasón, despechada, herida en su altivo orgullo, el antaño comandante de los Argonautas la ha repudiado aceptando contraer matrimonio con la hija del rey de Corinto, Creúsa, planea su terrible venganza: asesinará al rey Creonte y a su hija, la prometida de Jasón, y, horrible desenfreno, también asesinará a sus propios hijos, Mérmero y Feres. Una antiquísima historia de celos y venganza, las pasiones destructoras de Medea. Y el primer ejemplo de drama erótico de Eurípides que ha llegado a nosotros, una obra presentada al concurso ateniense el mismo año en que estalló la Guerra del Peloponeso, en la que el inmortal poeta expresa abiertamente, a través de la bárbara y criminal Medea, las quejas de las mujeres atenienses, sin libertad para escoger su boda, sometidas a un marido que desconocen...


"MEDEA. Mujeres de Corinto, he salido de casa para que no me censuréis. Pues bien sé que son muchos los mortales que han nacido orgullosos -unos se ocultan a la vista, otros se muestran en la puerta-; algunos, al contrario, con sus modos suaves, han adquirido la fama deshonrosa de incapaces. Pues no existe justicia en los ojos del mortal, que antes de conocer a fondo los sentimientos de otro hombre le odia con sólo haberlo visto, sin recibir agravio.
Un extranjero debe hacerse solidario con la ciudad al máximo: tampoco alabo al ciudadano que por soberbia zahiere a sus conciudadanos, en su ignorancia. A mí este suceso inesperado que me ha caído encima, me ha destrozado el alma: estoy desecha y, perdida la alegría de vivir, deseo la muerte, amigas. Pues aquel hombre en quien estaba todo para mí, lo sé bien, mi esposo, ha resultado el ser más miserable.
De cuantas cosas tienen vida y pensamiento, nosotros las mujeres somos el ser más desgraciado. Pues, primero, debemos con derroche de riquezas comprarnos un esposo y consentir un amo de nuestro cuerpo: éste es un mal mayor que cualquier mal. Y hay el riesgo más grande de tomar un esposo malo o bueno. Pues no dan buena fama los divorcios a las mujeres y tampoco es posible el negarse al esposo. Llegada a nueva y nuevas leyes debe ser adivina la mujer, pues por su casa no lo sabe, de qué clase de marido va a tener. Y si eso lo hacemos bien y nuestro esposo vive con nosotras sin soportar el yugo de mal grado, envidiable es la vida; pero si no, morir es lo mejor. Un hombre en cambio, cuando se cansa de estar con los de casa, sale fuera y libra de su hastío el corazón volviéndose a un amigo o compañero; pero a nosotras nos es fuerza mirar a un alma sola. Y dicen de nosotras que vivimos vida sin riesgo dentro de la casa y que ellos luchan con la lanza. Razonan mal: tres veces yo querría resistir a pie firme al lado del escudo mucho más que parir una vez sola.
Pero no es válido para ti y para mí este mismo discurso. Tú tienes esta tu ciudad y la casa de tu padre y el disfrute de tu vida y el trato con amigos, mientras que yo, abandonada y sin ciudad, sufro el ultraje de este hombre, botín tomado en tierra bárbara, sin tener una madre, un hermano o un pariente para allí echar el ancla lejos de esta desgracia.
Hay una cosa que deseo lograr de ti: si encuentro algún recurso, alguna trama para dar a mi esposo su castigo por estas mis desgracias, así como al que le entregó a su hija y aquella a la que dio en matrimonio, pido que calles. Pues la mujer en lo demás está llena de miedo y es cobarde en la lucha y para contemplar de frente el hierro; pero si es agraviada en su lecho, no hay cerebro que sea más asesino."

(Eurípides, "Medea", 431 a.C.)

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