hija de Zeus, tejedora de ardides, yo te suplico:
¡no me paralices con melancolía y hastío,
oh, soberana, el ánimo!
Ven aquí, como hacías antaño,
cuando oyendo mi voz desde lejos
me escuchabas y abandonando la casa paterna
venías.
Unciendo al carro dorado bellos y veloces
te traían alrededor de la oscura tierra,
batiendo velozmente las alas en remolino, desde el cielo
a través del éter.
Llegaban pronto y tú, bienaventurada, sonriendo
con tu inmortal rostro preguntabas
cuál era mi padecimiento y por qué
te llamaba nuevamente.
Y que lo que más deseara en mi corazón atormentado
lo tendría. ¿A quién pretendes que Peitho conduzca
hacia tu amor? ¿Quién, oh, Safo,
te causa pena?
Pues si ahora huye, pronto perseguirá,
si no acepta regalos, en cambio ella te lo dará,
y si no ama, ¡pronto amará
aun contra su voluntad!
¡Ven hacia mí también ahora! ¡Líbrame
de pensamientos tristes y haz
que se cumpla lo que mi corazón ansía!
¡Sé tú misma mi compañera de lucha!"
No hay comentarios:
Publicar un comentario