viernes, 4 de octubre de 2019

Xie Jin, "La guerra del opio" [1998]


Es otra célebre jaculatoria marxiana: 'la religión es el opio del pueblo'. La cita entera es más jugosa que lo que se ha convertido en mera consigna repetida ad nauseam, ¿y por qué el opio y no algún otro fármaco sedante? De 1843 data el texto en que Marx introdujo el aforismo, "Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel", y es más que plausible suponer que el recuerdo de la guerra del opio entre China e Inglaterra estaba fresco en la mente del célebre barbudo. 'Si existe gente tan estúpida como para ceder a esta necesidad en detrimento propio, son ellos los que causan su propia ruina y, en un país tan poblado y floreciente, podemos prescindir de ellos', escribía en 1839 Lin-Ze Xu a la reina Victoria, que alegaba seguidamente motivos de responsabilidad paterna para la prohibición del comercio de opio en China, 'pero nuestro gran Imperio Manchú unificado se considera responsable de los usos y costumbres de sus súbditos y no puede sentirse satisfecho al verles víctimas de un veneno mortal'. A Charles Baudelaire se le presupone una adicción entusiasta al opio, pero fue Thomas de Quency el que redactó unas no tan elogiosas "Confesiones de un inglés comedor de opio", sustancia que consumía como placer compensatorio a sus padecimientos, '¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno!'. Charles Baudelaire, admirador de Thomas de Quency, poeta de la embriaguez, sumido en una vorágine espiritual que alternaba la necesidad de ascenso a la gracia celestial y el inexorable descenso gravitatorio al infierno, en sus "Paraísos artificiales", libro compuesto en 1860, recordaba a un filósofo y teórico musical amigo suyo, Barbereau, que con manifiesto desprecio le dijo, 'No comprendo por qué el hombre racional y espiritual se sirve de medios artificiales para llegar a la beatitud poética, puesto que el entusiasmo y la voluntad bastan para elevarlo a una existencia supernatural. Los grandes poetas, los filósofos, los profetas, son seres que, por el puro y libre ejercicio de la voluntad, consiguen llegar a un estado en el que son a la vez causa y efecto, sujeto y objeto, hipnotizador y sonámbulo.' Baudelaire, por su precisión toxicómana o por su tendencia a probar los productos de la gran farmacopea urbana, decía pensar exactamente lo mismo. En China, el opio se estaba convirtiendo en la religión del pueblo.
'Que no nos lleve el opio'.

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