jueves, 31 de octubre de 2019

Arturo Barea, “La forja de un rebelde” [1941-1946]


Un monumento literario a la historia de los primeros cuarenta años de la España del siglo pasado: el retrato costumbrista del Lavapiés de principios del siglo XX, la cruda experiencia de la guerra colonial española en Marruecos, el clima reinante en la España republicana anterior al 18 de julio de 1936, y las difíciles vicisitudes de la defensa de Madrid en la maldita Guerra Civil. La forja, La ruta y La llama.

"Aquellos días del mes de noviembre de 1936, todos y cada uno de los habitantes de Madrid estaban en constante peligro de muerte. El enemigo estaba en las puertas y podía irrumpir de un momento a otro; los proyectiles caían en las calles de la ciudad. Sobre sus tejados se paseaban los aviones impunes y dejaban caer su carga mortífera. Estábamos en guerra y en una plaza sitiada. Pero la guerra era una guerra civil, y la plaza sitiada, una plaza que tenía enemigos dentro. Nadie sabía quién era un amigo leal; nadie estaba libre de la denuncia o del terror, del tiro de un miliciano nervioso o del asesino disfrazado que cruzaba veloz en un coche y barría una acera con su ametralladora. Los víveres no se sabía qué mañana habrían dejado de existir. La atmósfera entera de la ciudad estaba cargada de tensión, de desasosiego, de desconfianza, de miedo físico, tanto como de desafío y de voluntad irrazonada y amarga de seguir luchando. Se caminaba con la muerte al lado. Noviembre era frío y húmedo, lleno de nieblas, y la muerte era sucia."

(Arturo Barea, “La forja de un rebelde”, 1941-1946.)

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