sábado, 23 de noviembre de 2019

Eurípides, "Las troyanas" [año 416 antes de Cristo]

La ciudad de Troya, recién destruida, humea, y mientras sus torres caen, los aqueos discuten cómo van a repartirse su más preciado botín: las mujeres troyanas. En la "Historia de la guerra del Peloponeso" de Tucídides, puede leerse que los atenienses habían obrado de similar manera, con la misma implacable crueldad, un lustro antes, en el 421 a.C, undécimo año del conflicto bélico, en la ciudad de Escione, 'dieron muerte todos los hombres adultos, redujeron a esclavitud a los niños y las mujeres y cedieron a los plateenses el disfrute del territorio', y en el invierno anterior, durante el año 415 a.C., el decimosexto del enfrentamiento, en el que 'los atenienses dieron muerte a todos los melios en edad adulta, redujeron a esclavitud a los niños y mujeres'. A Odiseo le conceden Hécabe, la sagaz viuda del rey Príamo; su hija, Polixena, ha sido sacrificada en el túmulo de Aquiles; Andrómaca, la viuda del héroe troyano Héctor, lamentará seguir con vida al lado del hijo del Pelida, Neoptólemo, quien impelido por el impío temor griego a la futura venganza troyana, arrojará a Astianacte, el hijo de la insigne pareja, desde las murallas de Troya; Casandra, la profetisa asignada a Agamenón, le acompañará al Atreo para compartir el sangriento augurio; y Helena, pérfida entre pérfidas, será entregada a Menelao, y con viles argucias, intentará eludir su condena a muerte. La tristeza de las troyanas, esposas viudas a merced de sus enemigos, contrasta con la alegría de los victoriosos griegos, una vana alegría que será efímera: Atenea, la diosa aliada aquea, que maldice el regreso triunfal de los caudillos guerreros encolerizada por el turbio sacrilegio de su templo, durante el saqueo de Troya Ayax mancilló su imagen violando a sus ojos a Casandra, y Poseidón, protector de los troyanos, que blasfema sobre quienes redujeron su apreciada Ilión a cenizas, 'insensato aquel de los mortales que destruye sin dejar piedra sobre piedra ciudades, templos, tumbas, santuarios de los difuntos', han urdido la perdición de los héroes griegos. En la guerra de Troya, no hubo vencedores ni vencidos, sólo dolor, muerte, mutua destrucción.


"Ellos, a causa de una sola mujer y de una sola Cipris, perecieron a millares a la caza de Helena. Su sensato general ha perdido lo que más quería a cambio de lo que más odiaba, al confiar la alegría hogareña de sus hijos a su hermano por causa de una mujer, y eso que ésta fue raptada de buena gana y no a la fuerza. Tan pronto como a las orillas del Escamandro llegaron, al punto iban muriendo, pero no porque se viesen de las lindes de su tierra despojados ni de su patria de altas torres. Y aquellos a quienes Ares iba sometiendo bajo su yugo, ni vieron a sus hijos, ni fueron cubiertos con mortajas por la mano de sus esposas, sino que en tierra extranjera yacen muertos. Y en su patria sucedía lo mismo. Ellas iban muriendo viudas y ellos sin hijos, aun habiendo criado en sus casas hijos para otros, y ni siquiera junto a sus tumbas había quien con sangre de víctimas a la tierra obsequiase. ¡Éste es verdaderamente el aplauso que merece esta expedición! ¡Semajante oprobio mejor es callarlo! ¡Que la musa no me inspire cantos que un himno eleven por estos males!"

(Eurípides, "Las troyanas", año 416 antes de Cristo.)

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