domingo, 17 de noviembre de 2019

Rebecca Solnit, "El síndrome de Casandra" [2015]

"Es frecuente que cuando una mujer dice algo que pone en cuestión a un hombre, especialmente si es uno poderoso o un hombre convencional (aunque si es negro no suele ser así, a no ser que acabe de ser elegido para el Tribunal Supremo por un presidente republicano); o si sus palabras cuestionan una institución, especialmente si lo que dice tiene que ver con el sexo, la reacción pondrá en duda no solo los hechos aseverados por la mujer, sino también su capacidad de hablar y su derecho a hacerlo. Generaciones de mujeres han escuchado cómo se les repetía que deliran, que están confusas, que son manipuladoras, maliciosas, conspiradoras, congénitamente mentirosas, o todo a la vez: podríamos llamarlo el síndrome de Casandra."


Apolo escupió en la boca de Casandra cuando la sacerdotisa rechazó tener el pactado encuentro carnal en pago por el don de la adivinación que el dios griego le había concedido: quedaba condenada a que sus premoniciones no fueran creídas por nadie. Predijo la caída de Troya, la muerte de Agamenón y su propia muerte, que la voluntad asesina de Clitemnestra y Egisto no sólo se ciñó a la vida del héroe griego. ¿Predijo también la violación de Ayax? De nada servirían las visiones sobre la propia futura desgracia. Aún estamos en una era de batallas en las que se lucha por quién tendrá garantizado el derecho de hablar y a ser creído.

"Una cosa más sobre Casandra: la incredulidad con la que se acogían sus profecías fue el resultado de una maldición lanzada por Apolo cuando Casandra rechazó tener sexo con él. En todo momento, ya desde entonces, se ha mantenido la idea de que la pérdida de credibilidad está vinculada a hacer valer los derechos sobre tu propio cuerpo. Pero podemos deshacernos de la maldición que pesa sobre las Casandras que encontramos en nuestra vida codiana decidiendo nosotros mismos a quién debemos creer y por qué."

(Rebecca Solnit, "Los hombres me explican cosas", 2015.)

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