miércoles, 20 de noviembre de 2019

Mihalis Kakogiannis, "Iphigenia" [1977]


"Una cosa es segura. Esta guerra [la de Troya], absurda más que cualquier otra y detestable como son todas, se presenta constantemente como evitable. Bastaría, para que fuera evitada -la acción construida por el poeta, con ese vaivén de decisiones encontradas y trastornos emotivos, viene a demostrarlo con toda claridad- con un minuto en que se pusieran de acuerdo todas las voluntades de salvación que se agitan caóticamente en el drama, en que se reunieran en un punto los tesoros de afecto, de generosidad, de piedad que se disipan locamente en el viento. Pero justamente, por un azar que nadie gobierna, ese minuto, entre todos los minutos decisivos en el drama, no se da. El Contratiempo, que rige la acción, no lo consiente. Pues cuando Agamenón quiere salvar a su hija, Menelao lo impide. Cuando Menelao pretende ayudarlo, Agamenón declara que se ha vuelto imposible. Cuando Ciltemnestra e Ifigenia acosan con sus súplicas y lágrimas al sensible Agamenón, este inestable personaje se ha vuelto firme como una roca. En fin, cuando Aquiles propone un golpe de fuerza, es Ifigenia, momentos antes tan apegada a la vida, quien desiste del empeño y se arroja a la muerte...
Lo trágico del desorden del mundo, de la anarquía de los sentimientos, de la inestabilidad de la voluntad, lo manifiesta todo el teatro de Eurípides. E Ifigenia lo hace con brillantez. Pero a la composición de lo trágico esta obra añade, en el plano de la relación de los humanos entre sí, un elemento que no está en ningún otro lugar señalado con tanta fuerza: la falta de acuerdo entre los humanos en que se trataría, para conjurar la desdicha, que cada uno ajustara lo suyo. Ahí, una vez más, la anarquía. Cada uno tira por su lado, las manos se desunen. Ifigenia rehúsa la última mano que se le tiende."

(André Bonnard, "Civilización griega", 1970.)

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