sábado, 4 de enero de 2020

Ingrid Guardiola, "Dones i espai public" [2016]

"En los ojos de la gente, en el ir y venir y el ajetreo; en el griterío y el zumbido; los carruajes, los automóviles, los autobuses, los camiones, los hombres-anuncio que arrastran los pies y se balancean; las bandas de viento; los organillos; en el triunfo, en el campanilleo y en el alto y extraño canto de un avión en lo alto, estaba lo que ella amaba: la vida, Londres, este instante de junio".

(Virginia Wolf, "Mrs Dalloway", 1925.)


salir a la calle solas, disfrutar del derecho al anonimato, convertirse en 'flaneuse', sin ser asaltadas por la mirada vigía o sin interpelaciones groseras, encontrar refugio en un espacio exterior dinámico e impredecible en el que poder multiplicarse con otros y otras y vivir sus peculiares formas de honestidad y afecto, caminar entre desconocidos y escabullirse de las habladurías y de los rumores, eludir las vigilancias ejercidas en nombre de la comunidad, gozar del anonimato, ensayar los mejores intentos de fuga, acercarse a conocer en qué puede consistir la libertad,


"Ese marcaje espacial de las mujeres se traduce igualmente en un escamoteo del derecho a disfrutar de las ventajas del anonimato y la individuación que deberían residir las relaciones entre desconocidos en espacios públicos. La naturaleza neutra y mixta del espacio público es, no nos hagamos ilusiones, mucho más una declaración de principios que una realidad palpable, como también lo es la promiscuidad relacional que se supone que en él rige. Paradójicamente, en la calle esa misma mujer que vemos invisibilizada como como sujeto social sufre una hipervisibilización, como objeto de atención ajena. Las mujeres -o ciertas mujeres consideradas codiciables por los hombres- son constantemente víctimas de agresiones sexuales expresadas en sus niveles más elementales -el asalto con la mirada, la interpelación grosera bajo la forma de piropo-, pero ese exceso de focalización también puede adoptar la forma mucho más sutil del trato galante. En la calle, más que en otros sitios, las mujeres pueden descubrir hasta qué punto es cierto lo que aprecia Pierre Bourdieu de que son seres ante todo percibidos, puesto que existen fundamentalmente por y para la mirada de los demás, lo que cabe colocar en la misma base de la inseguridad a que se las condena."

(Manuel Delgado, “Sociedades movedizas”, 2007.)


"Empecé a pensar esto como alternativa de explicación ante algo que aparecía como irracional. Porque buscamos siempre la dimensión instrumental de la violencia. Nos preguntamos «para qué». Intenté, en cambio, rastrear en estos crímenes la dimensión expresiva. Toda violencia tiene una dimensión instrumental y otra expresiva. En la violencia sexual, la expresiva es predominante. No se trata de obtener un servicio sin pagar. El ataque sexual común, del violador de calle, tiene una racionalidad evasiva, difícilmente capturable hasta se permite la copia para los propios agresores. Cuando un preso, ya condenado, un tiempo después del hecho, es confrontado con la violación que cometió, lo que encuentra es algo tan opaco que se asombra, se espanta, él mismo no consigue acceder a la racionalidad de ese acto, a pesar de que lo ha perpetrado. Es como que la violación se apropia de la persona del propio violador, la sorprende. Hay una estructura compartida que actúa a través del sujeto, desde dentro de sí, utilizando al individuo para operar un pasaje al acto. Y la persona se disuelve en ese acto. El sujeto que está en una búsqueda por reconstruir su virilidad se apropia de un tributo femenino y se construye como hombre. He analizado este tipo de irrupción de un contenido compartido a través del sujeto en la violación en mi libro Las estructuras elementales de la violencia. Lacan tiene dos categorías diferentes para dar cuenta de estas irrupciones: el acting out, en la cual en lugar de hablar la persona se expresa a través de una acción expresiva de ese contenido; y el passage a l’acte, en la que el sujeto se destruye en la acción. Esto ocurre en la violación. Es muy impresionante escuchar al violador decir: «yo ahí me morí», «me maté». En la atmósfera patriarcal colonial moderna, la violación se vive como un asesinato moral. Solo que la mujer que es violada no tiene por qué acatarlo de esa forma. Esto me trajo muchos problemas con las feministas, sobre todo mexicanas. La violación es una agresión tremenda pero no necesariamente un asesinato moral, a pesar de que su intención lo sea. Es la atmósfera patriarcal que respiramos lo que la convierte en un asesinato moral, atmósfera patriarcal de la cual el violador es un agente."

(Rita Laura Segato, "La guerra contra las mujeres", 2013.)

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