domingo, 19 de enero de 2020
Nick Hornby, "Fiebre en las gradas" [1992]
Para identificarme con la lógica difusa de adscripción futbolera tendría que remontarme a mi pasión infantil. ¿Por qué lo pasaba tan mal cuando perdía la Real Sociedad, un equipo de una ciudad que apenas conocía? ¿Qué me fascinaba de la turba enfadada que escupía improperios y coreaba himnos solemnes o incluso amenazantes? ¿Dónde quedó la intensidad arrebatadora con que seguía las retransmisiones radiofónicas de la tarde de domingos? ¿Cuándo 'El día después' dejó de ser mi programa favorito? Tan difícilmente explicable como el arribo de la pasión futbolera, fue su marcha. Abruptamente, el fútbol dejó de interesarme. Esporádicamente, sigo bajando a algún bar del barrio a ver algún partido, y cuando se masca la tensión, cuando los corazones de la concurrencia laten vivamente al seguir una jugada o al celebrar efusivamente un gol, o cuando el equipo está jugando fatal y todos los comentarios muestran ruindad e infelicidad, cuando un aficionado no puede ni mirar al televisor de la angustia que le da ver lo mal que está jugando su equipo, creo acercarme a qué era lo que me apasionaba del fútbol, a lo que todavía me resulta tentador.
"De todos modos, no fue la nutrida multitud lo que más me impresionó, ni tampoco fue que los adultos gozasen de absoluta libertad para gritar insultos como '¡SOPLAPOLLAS!' a voz en cuello y sin llamar demasiado la atención de los demás. Lo que más me impresionó fue sin duda que muchos de los hombres que estaban a mi alrededor detestaban, odiaban de veras estar allí. Por lo que yo sé, nadie parecía disfrutar, al menos en el sentido en que yo entendía ese término, nada de lo que allí ocurrió en toda la tarde. Pocos minutos después del pitido inicial se hizo patente la ira ('Eres un DESGRACIADO, Gould. ¡Es un mierda!' '¿Cien libras por semana? ¡CIEN LIBRAS POR SEMANA! ¡Eso mismo tendrían que pagarme a mí por venir a verte jugar!'). A medida que fue pasando el tiempo de juego, la ira se convirtió en una generalizada sensación de atropello, para helarse después en un descontento malhumorado y silencioso. ¿Qué otra cosa podía esperar en Highsbury? Lo cierto es que también fui a los campos de Chelsea, del Tottenham y de los Rangers, y en todos ellos vi lo mismo: que el estado natural del hincha futbolero es de una amarga desilusión, al margen del resultado del marcador."
(Nick Hornby, "Fiebre en las gradas", 1992.)
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