Ya se sabe. César fue una figura fundamental y determinante en su época. El reconocimiento y la admiración que recibió en vida quiso ser emulado por sus sucesores, que ya desde Octavio Augusto, accedían al mando supremo romano con el orgulloso título de 'César'. Fue una figura central en la transición del sistema oligárquico republicano a la monarquía imperial, un acicate de la reunión de la enorme fuerza de Roma, por encima de luchas políticas y partidistas, en un mando único fuerte e indestructible, a la par que magnánimo y atento al bienestar del pueblo. Era Julio César, pacificador de las Galias, el líder del partido de los populares, el sobrino de Cayo Mario, vencedor en la guerra civil contra las legiones senatoriales al mando de Pompeyo. En su libro quinto de los "Comentarios", antes de la definitiva batalla de Alesia, aquella que redujo al gran jefe galo Vercingétorix poniendo fin a la Guerra de las Galias, en los aires de rebelión del invierno de los años 54-53 a.C., cuando los campamentos romanos estacionados en el centro y nordeste de la tierra gala, tuvieron que enfrentar las revueltas de las bandas locales, alentadas por los druidas y comandadas por temibles caudillos como Ambíorix, puso Julio César la historia de los dos conocidos centuriones, graduación más baja mentada en su narración bélica, Tito Pulón y Lucio Voreno, que pasarían a la celebridad ficcional contemporánea gracias a la gran serie creada por John Milius, "Roma".
"XLIV.- Había en aquella legión dos valerosísimos centuriones que se iban acercando a los primeros grados, Tito Pulón y Lucio Voreno. Ambos mantenían perpetuas disputas sobre cuál de los dos ascendería antes en el escalafón y cada año competían con gran rivalidad para los más altos grados. Uno de ellos, Pulón, que combatía con gran valor al parapeto, '¿Por qué vacilas, Voreno?', dijo. '¿Qué otra ocasión aguardas digna de la fama de tu valor? El día de hoy decidirá sobre nuestra polémica'. Habiendo dicho esto, sale fuera del parapeto y arremete hacia el lugar que le pareció más atestado de enemigos. Tampoco Voreno se queda entonces en el parapeto, sino que, temeroso de la opinión de los demás, sale en pos de él. Pulón, habiendo dejado una razonable distancia, arroja un venablo contra el enemigo y atraviesa a uno de ellos que corría hacia él. Los enemigos protegen con sus escudos al compañero atravesado y muerto y todo a una disparan sus dardos contra Pulón, impidiéndole avanzar. Un dardo traspasa su escudo y se clava en su tahalí. Este accidente desplaza la vaina y hace que su mano se demore al intentar sacar la espada. Los adversarios le rodean mientras forcejea con la vaina. Su rival Voreno corre en su ayuda y le protege. Al instante toda la multitud de enemigos se enfrenta a Voreno y deja de lado a Pulón; creen que este ha sido atravesado por el venablo. Voreno combate cuerpo a cuerpo con la espada y, después de dar muerte a un enemigo, los hace retroceder un poco. Mientras ataca con demasiada furia, resbala cuesta abajo y cae al suelo. Rodeado de nuevo por los enemigos, corre Pulón en su ayuda, y ambos, tras dar muerte a muchos enemigos, se repliegan al interior del campamento, incólumes y cubiertos de gloria. De esta forma la fortuna trató a uno y a otro en la emulación y la contienda, de modo que, siendo rivales, se ayudaron sin que se pudiera determinar cuál de los dos parecía que debía ser tenido por más valiente."
(Julio César, "Comentarios de la guerra de las Galias", del 58 al 50 antes de Cristo.)
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