jueves, 6 de junio de 2019

Ventura Pons, "Ocaña, retrat intermitent" [1978]

En 1977, Ventura Pons rodó su primera película-documental "Ocaña: retrato intermitente", por la que fue seleccionado oficialmente por el Festival de Cannes en 1978. Retrata la Barcelona postfranquista a través de la mirada del artista y travesti José Pérez Ocaña, un retrato orgulloso y entrañable de uno de los tipos más fascinantes que paseaba por las Ramblas durante los años de la transición.


"Y luego estaba la calle, siempre la calle, que era la vida, que iba a ser más vida que cualquier otra vida después, como la llama que no se apaga y convierte en sombras chinescas todo lo demás. Talleyrand o no, quien no conoció Barcelona de mediados los setenta no conoció la intensidad de vivir, su canallería y su esplendor. Y la reina de la calle era Ocaña, que no era barcelonés ni catalán siquiera, que no se vestía de chino pero podía ser uno de esos magos chinos de un circo de provincias con nombre muy exótico. A Ocaña le gustaba llevar el bombín o peineta y traje de faralaes, que se levantaba hasta la cintura para mostrar el sexo en medio de las Ramblas, nuestro cuartel general vespertino con sede en el Café de la Ópera, frente al Liceo. A los que iban al Liceo les pitaban a veces a la entrada y los llamaban burgueses, como si aquello fuera "La saga de los Rius" y una bomba pudiera estallar en cualquier momento en platea. [...] Y llegaba Ocaña con Camilo, o Camille, como le gustaba presentarse a él, traje blanco y panamá, y a veces la loca Juana, una vieja que no lo era -lo pienso ahora- y sólo reía y gritaba obscenidades, y su entrada, los tres del brazo, en la terraza del Ópera parecía el revoloteo de papagayos de un cuadro barroco pasado por Fellini. De no encontrar a sus amigos se sentaba a la mesa que les daba la gana y así fue como les conocimos y reíamos con ellos y a veces nos encontrábamos cenando arroz a la cubana en la Fonda España y más tarde en Zeleste -la ronda de noche- mientras Pau Riba cantaba 'Noia de porcellana' y Ocaña había maquillado con polvos de arroz en el rostro y kohl alrededor de los ojos y escuchaba hierático, la barbilla apoyada en el dorso de la mano, sin decir nada y yo pensaba que en aquel momento se creía la niña de porcelana, pero al acabar Riba soltaba una grosería sobre la niña y toda la mesa estallaba en risas. Porque su presencia provocaba que estuvieras más despierto y fueras más divertido, es decir, y citando a Ferrater, más inteligente, sin que mediara por su parte pretensión intelectual alguna. Sólo un acto de desprendimiento nacido del narcisismo para que la vida continuara siendo una fiesta y la fiesta no decayera en ningún momento, y lo mismo le daba emprenderla con Lacan que con la cacareada transgresión -él lo era en sí mismo-, la revolución o el formalismo ruso. De todo se reía y sólo lamentaba tener los pies demasiado grandes: no hubo nunca nadie que se metiera con él por la calle y no saliera malparado. Y si la revolución sexual empezó en París en el 68 y en Berkeley en el 68 y a partir del 69, sí, del 69, el Deseo -con mayúscula- se instaló como eje central de nuestras vidas y Formentera e Ibiza y el hippismo y las comunas, el grupo de Ocaña marcaba otra forma distinta, popular y llana, de vivir el sexo, incrustándolo en la ciudad, muy cerca del barrio chino, lejos de las higueras y las playas de arena, como si las putas hubieran desbordado la frontera de las Ramblas y las putas fueran putos y hubieran leído a Henry Miller y a Madame Schröder-Devrient, la cantante alemana, y le hubieran añadido "El placer del texto", de Barthes y la pintura de Rousseau el Aduanero, pasada por la Macarena, con unas gotas de Bakunin, que a Ocaña todo le iba bien aunque su palabra más despreciativa era 'intelectuala'. Ocaña sabía que más que Bakunin y más Kropotkin y más Fourier y más el sexo, no existía nada en el mundo y que todo lo igualaba y hacía feliz. El zar y su familia habían sido asesinados en Ekaterimburgo y la Comuna de París había fracasado, pero él no necesitaba saber quién era Alicia de Hesse. 'Anda, nena, y no me seas intelectuala; sólo conozco a Rasputín y porque la tenía muy grande' y venga a batir palmas y cantar en la calle y reír y ahí fue donde supimos que la risa era lo más subversivo, más que el sexo, más que salir a pintar por las noches o repartir octavillas en la Universidad."

(José Carlos Llop, "Reyes de Alejandría", 2015.)

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