Encontré por los estantes la ópera prima de Belén Gopegui, "La escala de los mapas", que es una novela preciosa en la que no sucede nada, o casi nada, nada que no tenga que ver con la interioridad amorosa del geógrafo Sergio Prim, enamorado de Brezo Varela, su surtidor de sueños, que haciéndose reales, provocan dolor y angustia, como pasar de sufrir por lo inalcanzable a a sufrir por lo alcanzado. Un sorprendente y hermoso encuentro.
"¿Habré de confesarte que ciertos asuntos ya no me interesan? He cerrado las cortinas, me he sumido en una penumbra plácida. Amiga, la penumbra es un derecho, exijámoslo. Conozco gentes arrogantes que van pidiendo sol, que en las habitaciones oscuras encienden los focos. Gentes de piel bronceada y juventud: vivan ellos bajo el espectro blanco, deslumbrante, no se escondan ellos, mírense con lupa bajo los fluorescentes. Pero que no me nieguen mi penumbra. Mis sombras indecisas. Porque quiero mi vida en blanco y negro, siluetas que prometen cuerpos posibles, todos los cuerpos; quiero una estancia en penumbra para limpiar rasguños y cicatrices, para sumar indicios, figuras, brillos, perfiles, franjas. Quiero, Brezo, el albedrío de oscurecer. Mi cuarto se nubla. El contorno indeciso de mi mano limita con su sombra que en la tiniebla avanza y se funde con la tiniebla menguada y venida de tu sombra, pareciendo no tener fin."
(Belén Gopegui, "La escala de los mapas", 1993.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario