domingo, 3 de marzo de 2019

Los Incontrolados, "Manuscrito encontrado en Vitoria" [1977]


Durante la década de los 60, en Vitoria hubo un desarrollo industrial enorme, fue un foco de inmigración, en el que se constituyó un joven proletariado. A finales de 1975, en 10 ó 15 fábricas, había una serie de gente inquieta que en la clandestinidad se reunía en el monte y que elaboró una plataforma reivindicativa unitaria inocente: 5000 ó 6000 pesetas de aumento lineal (para todos los puestos de trabajo), 40 horas semanales, el 100% en caso de enfermedad o accidente, jubilación a los 60 años en algunas fábricas y poco más. Después del día de Reyes de 1976, se presentó la plataforma en las fábricas, y estalló la huelga. La primera reacción de las empresas fue cerrar. Las empresas se niegan a negociar con una forma de representación impuesta por los trabajadores, la asamblea. Ante esta respuesta patronal, las reivindicaciones económicas pasan a un segundo plano, y la consigna es "Todo el poder para la Asamblea". La asamblea general era enorme, de 5000 a 6000 personas, no podía decidir si antes no se había acordado en cada asamblea individual de fábrica. Cuando las empresas aceptan negociar la plataforma con las comisiones representativas elegidas por los trabajadores, comienza una segunda batalla en torno al carácter de portavoz de estas comisiones. Los empresarios no podían tolerar que estas comisiones representativas no fueran ejecutivas y les exigía que tomaran decisiones sin consultar a la asamblea. Otra batalla se establece en las asambleas en torno a las reflexiones sobre el papel jugado por los trabajadores, ¿por qué la patronal se cierra?, ¿por qué el Estado apoya a la patronal? ¿por qué tanta represión policial?... Así se llega al 3 de marzo de 1976, con una huelga general y Vitoria paralizada. Desde primera hora de la mañana los enfrentamientos son constantes, barricadas, tiros de bala por parte de la policía, detenciones... Por la tarde estaba convocada en la iglesia de Zaramaga la asamblea general, en la que se iban a reunir más de 8000 personas. La policía tiene orden de gasear el interior de la iglesia y cuando la gente sale huyendo la ametralla. Resultado: 5 muertos, más de 100 heridos de bala y numerosas detenciones. A estos hechos se responde con una convocatoria de huelga general en todo el País Vasco, seguida masivamente y que se salda con otro muerto en Basauri. 
Con el final trágico no hay negociación, las empresas conceden todo lo que los tabajadores habían pedido. Incluso los convenios posteriores fueron los mejores de la historia de la clase obrera de Vitoria. Pero las balas, los muertos y la represión consiguieron su objetivo principal, reventar aquel proceso asambleario, que podía poner en jaque una transición a la democracia basada en el consenso y la amnesia, orquestada desde altas esferas. Fraga, responsable de estos hechos, lanzó su elogio a Vitoria: 'aquello de Vitoria había que aplastarlo porque estaba dirigido por dirigentes que manipulaban a la clase trabajadora y eran pequeños soviets que se estaban gestando y había que extinguirlos'. Ninguno de los responsables de aquella matanza ha sido inculpado: Fraga, Martín Villa, Adolfo Suárez, los policías y los miembros de la patronal vitoriana.


"Comapañeros,
En España, podemos decir que se plantean concentrados en el tiempo todos los dilemas actuales de las clases propietarias del mundo, que al no poder salvar la economía, ni ser salvados por ella, discuten de la manera de administrar su fracaso y de ser posible hacerlo rentable para fortalecer el Estado, disfrazándolo de "crisis energética" o de "crisis económica". Frente a la crisis de la economía, se trata aquí como en todas partes de persuadir a los trabajadores por intermedio de los sindicatos y de los partidos, de que la economía es la alienación natural que conviene administrar lo mejor posible, y no la alienación histórica que hay que superar lo más pronto posible; pero como el desarrollo de la crisis del fenómeno económico en su conjunto se ve acelerado en España por una crisis económica particular, y sus efectos multiplicados por la ausencia de control sindical, las dificultades en obtener la adhesión de las masas al austeridad dramatizada están considerablemente aumentadas, y los plazos para instalar "el desarrollo de tipo nuevo", en cuya búsqueda todos los poderes modernos parten en campaña, aún más acortados. Ante todo, la economía española necesita un nuevo "plan de estabilización": podrá tener préstamos del capitalismo internacional, pero sobre todo, debe buscar las condiciones de rentabilidad cara a los trabajadores, por cuanto cada huelga, a poco que se prolongue, se convierte en asunto de Estado, obligándole a intervenir sin reparar medios disuasorios y planteando al mismo tiempo la cuestión de la autodefensa. La oposición propone como remedio la democracia política, es decir, que le dejen sitio en el Gobierno no sólo para respetar la economía, como ha venido haciendo hasta hoy, sino para salvarla logrando un pacto social; por consiguiente, está dispuesta a dejar de no atacar la economía si se le deja defenderla. Pero tal sofisma no puede engañar al gobierno, que ve a la oposición hacer todo lo que puede contra la movilización y radicalización de los trabajadores, y que sabe que si no hace más es porque no puede. Así el segundo gobierno de la Monarquía deja a la oposición ilusionarse con la promesa de alguna migaja electoral, mientras se consagra a la adaptación controlada de las insitituciones. Y no es por una pretendida traición de la oposición por lo que el neofranquismo se ha estabilizado. Primero, porque la oposición no estaba en disposición de impedirlo, después, porque no quería otra cosa que lo que finalmente se le va a conceder, aunque hubiera deseado poder darse las apariencias de haberlo conseguido tras gran lucha, e incluso de esto ha tenido que perder la esperanza: habló de república, luego de un rey más demócrata, luego de un gobierno constituyente de unión nacional, luego de algún ministerio y hoy de que simplemente se le deje presentar a las elecciones. Hay que ver que con la acción del gobierno de Suárez y la pasividad de la oposición, el régimen ha efectuado su retirada en orden con el mínimo de pérdidas. Y al conseguir, de este modo, guardar el control de la situación política, ha preservado sus posibilidades de volverlo a tomar en todo el terreno social. Combinando hábilmente la tolerancia respecto a los detalles y la represión sobre lo esencial, el poder ha mantenido el contacto con el proletariado que le apresuraba, evitando así que sus movimientos se acelerasen y se volviesen pronto en una precipitación desordenada que le hubiera obligado, a causa de la desagregación interna consecuente, a sacrificios bastante importantes. Contasta la firmeza inesperada del Gobierno Suárez - Gutiérrez Mellado con la cobardía confusa de la oposición, cuya prudencia era el punto más excelente de su coraje y la oscuridad de sus regateos lo más claro de su prudencia. Al volverse la politica asunto de cálculo, bastó al Gobierno negociar separadamente con sus principales componentes para deshinchar el bluff de su "coordinación democrática": cada uno temió entonces perder si quedaba asociado a los otros, o al menos sacar una menor ventaja, y la rivalidad que resultó de esta disparidad inevitablemente les dividió. Pero incluso sin esto, Coordinación Democrática tenía que dejar de existir de hecho, desde el momento en que el Gobierno la reconociera con los estalinistas inclusive, y tal reconocimiento quedó sancionado con la apertura de diálogo de Suárez. El desenganche de los partidos inútiles -los maoístas y los pequeños grupos accidentales, como el de Trevijano y los Carlistas- no será un precio que se pague sino un lastre que se tire. La oposición remodelada acudirá más presentable con su nueva "comisión negociadora" a preparar junto con el Gobierno la liquidación de las huelgas de otoño, disipando sus últimos sueños de gloria y recordando con nostalgia ¡cuán bello era ser demócrata bajo Franco!.
Compañeros,
El proletariado revolucionario existe, y la larga serie de ejemplares huelgas del otoño, en el País Vasco, en Barcelona, en Sabadell, en Tenerife, en Valencia, en Madrid, en León, en Gavá, etc., lo demuestra. El proletariado, que ni reposa ni deja a nadie reposar, ha hecho cambiar de táctica al gobierno, quien hoy debe ocuparse menos de sí mismo y más de la oposición, a fin de que aunque su posición no se refuerce, la de la oposición no decaiga, para no dejar libre a la revolución en el terreno social. Podíamos preguntarnos si el Gobierno, ante la violencia en las calles y las fábricas, ha tenido una visión pesimista de su futuro o la impresión de un caos preinsrreccional difuso, o si simplemente ha olido a quemado. Lo cierto es que sea una cosa, sea otra, o sean todas, ha actuado con rapidez, dando el "sí" a los sindicatos y partidos,organizando su propio partido y fijando fecha de las elecciones. Las provocaciones de la extrema derecha han dado la coartada que justifica que lo que antes era un acuerdo tácito sea hoy un acuerdo público: los últimos sangrientos sucesos de febrero han servido a la oposición para proclamar abiertamente su apoyo al Gobierno y pedirle ocultamente que no la abandone ante la avalancha de huelgas antisindicalistas que no tardarán en venir. En definitiva, el franquismo devenido plenamente democrático y la oposición plenamente franquista cerrarán con su democracia la puerta a la revolución. Al proletariado le tocará abrirla."

(Los Incontrolados, "Manuscrito encontrado en Vitoria", 1977)

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