viernes, 29 de marzo de 2019

Juan Goytisolo, "Blanco White. 'El Español' y la independencia de Hispanoamérica" [2010]

La pluma maestra, cauta y experimentada de Blanco White se explaya en uno de sus textos de imprescindible lectura, "De los nombres de la libertad y de la igualdad", en el que sentencia, 'los individuos no deben perder más parte de su libertad en las sociedades que la que sea indispensable para conservar el buen orden'. En plena Guerra de la Independencia, Blanco White propugnaba una convocatoria de Cortes que estableciera los derechos y deberes del pueblo y del monarca en una constitución abalada por todos; el enfrentamiento que salpicaría el transcurso del siglo XIX ya se esbozaba en medio del fragor armado del pueblo contra el ejército invasor, y Blanco White se exponía como una de las grandes plumas liberales en el "Semanario Patriótico". Con honestidad y lucidez, José María Blanco White, horror de sus coetáneos defensores del Imperio español, se decantaba por la independencia amistosa de los pueblos hispanoamericanos, 'El pueblo de América ha estado trescientos años en completa esclavitud... La razón, la filosofía, claman por la independencia de América'. Exiliado a Londres, 'self banished espaniard', injuriado por sus paisanos que le despreciaban como anglo-criollo, y estimado por políticos, intelectuales y escritores de la América Española, comenzó la andanza de su exitoso periódico, "El Español", publicación mensual que facilitó la coordinación de los movimientos insurreccionales contra el absolutismo español. Preclaro observador de los procesos independentistas de las naciones emergentes de Iberoamérica, 'la libertad es una planta delicada, que se debilita y perece cuando se la fuerza a dar fruto demasiado temprano', White soñaba, como Simón Bolívar, con una América hispana que abarcase el Nuevo Mundo, desde el Misisipi a la Patagonia, como el Imperio Federal Americano que el Libertador trató de crear en 1826, aunque advertido por la experiencia de la Revolución Francesa, reprendía el afán tirano de los caciques criollos, 'Todos claman libertad; mas el eco de esta voz en los corazones es poder, riqueza, mando'. Hombre de experiencia, avisado de las nefastas consecuencias de la aplicación de unos principios exagerados de libertad y de las sangrientas obligaciones de una puesta en arena de teorías impracticables de igualdad, 'no hay nombre tan sagrado en el mundo que esté exento de haber servido repetidas veces para encubrir delitos', presentía los peligros de la gran brecha racial, política y social que se abriría en el futuro conglomerado de países hispanoamericanos. ¿Y quieren acercarse a la voz de un abolicionista hispano de principios del siglo XIX? La posición de Blanco White ante el lucrativo comercio de esclavos por los europeos, le impelía a dirigirse a sus paisanos peninsulares para que conminaran a las Cortes patrias a prohibir tan nefanda práctica. En el número XL de "El Español", de mayo de 1813, Blanco White, pensando en los africanos apresados y transportados en los barcos de trata con dirección a las todavía españolas Antillas, escribía,

"Raro, rarísimo es el español de la Península que ha tenido ocasión de pensar ni un momento sobre la miseria horrible que sufre un infeliz negro desde que lo encierran en el buque que lo ha de conducir al mercado de América. Lejanos como se hallan de las colonias, y siendo tan pocos los que viviendo en España tienen caudales o posesiones en ellas, nada hay que pueda llamar la atención de los españoles a un objeto tan apartado de su vista. Pero basta un momento de reflexión para que se estremezcan con la idea de lo que bajo su autoridad está pasando ahora mismo en los mares.
Aunque el comandante y tripulación de un barco que va por negros fuesen modelos de humanidad (cosa tan opuesta al objeto de su viaje) sería imposible que evitasen a la infeliz cargazón una infinidad de males. Figúrese cualquiera que haya hecho un viaje aunque sea de solos tres días en la mar, lo que deben sufrir una multitud de hombres, niños y mujeres estibados en la bodega de un barco, sin tener casi aire que respirar, ni espacio en que revolverse. El interés de los cargadores y lo dilatado del viaje hace que rellenen el buque hasta no poder más. La seguridad de la tripulación exige precauciones que aumentan la miseria de los negros. Los hombres van esposados de dos en dos, por las manos o los pies; y si algunos, como sucede con frecuencia, se muestran díscolos e irritados, se les sujeta de modo que no pueden moverse. De día, en buen tiempo, se les hace subir, sin soltarlos, a que atados hagan ejercicio sobre cubierta, y esto no sin usar el látigo para avivarlos. En mal tiempo, y de noche, están cerradas las escotillas, dejando la bodega en un estado de sofocación, que no se puede imaginar sin fatiga. Faltan términos para indicar con decencia el estado infernal de habitación tan abominable, y el horror no tiene término si se considera que en ella han de permanecer durante un viaje que a veces se cuenta por meses. Yo no entraré en la descripción de los horribles e indudables hechos de que está llena la historia de este tráfico; hechos que siendo naturales consecuencias en los buques ingleses, cuya limpieza y buena disposición es notable sobre todos los de Europa, deberían acontecer con más frecuencia en los buques españoles y portugueses que nunca han tenido fama de buen arreglo. En pruebo de esto citaré un solo caso que resulta de los procesos de Sierra Leona. Un barco portugués de los que llevaron últimamente esclavos, desde África a Bahía, o San Salvador, tomó en la costa MIL CIENTO: QUINIENTOS murieron en el pasaje, y el resto llegó en tal estado que muy pocos podrían sobrevivir."

(José María Blanco White, "El Español", número XL, mayo de 1813.)

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