lunes, 22 de abril de 2019

Anselm Jappe, "La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción" [2017]

Son suculentas las páginas del último libro de Anselm Jappe dedicadas a las malas noticias del psicoanálisis: narcisismo, pulsión de muerte y agresividad. Una de mis distancias habituales respecto a una ingenuidad socialista (llámese anarquista, comunista, feminista o ecologista) estriba en las lindes que plantean cuestiones como '¿es posible o incluso deseable abolir el rencor o la agresividad?', '¿cómo reconciliarse satisfactoriamente con los aspectos más oscuros que laten en las pulsiones destructivas de nuestras almas?'. Sea por mi amarga experiencia, el rencor es poderoso y son múltiples sus ramificaciones, la postura freudiana clásica, que cierto es que no atiende a la historia y que se mofa de presuntas tendencias angelicales, establece un programa mínimo que, con sus debidas matizaciones, comparto: limitar la infelicidad. ¿Creen que podrá existir una sociedad futura, siempre futura, que armonice una compleja naturaleza pulsional humana con una felicidad socialmente reconocida? Apelar a la naturaleza humana resulta agrio, tanto como deshonesto afirmar su ilimitada plasticidad. La polémica entre Herbert Marcuse y Erich Fromm: un nihilismo humano que encuentra rasgos amenazantes para el edificio social actual en las pulsiones libidinales o agresivas no sublimadas o una ética idealista de acciones supererogatorias que confía en el esfuerzo moral y en las intervenciones terapéuticas. ¿La sublimación y la represión son la única posibilidad de reconciliar individuo y sociedad?


"Ya hemos dicho que durante mucho tiempo la derecha ha hablado de 'naturaleza', y sobre todo de 'naturaleza humana, y la izquierda de 'cultura'. Para la derecha, esa naturaleza asigna límites muy estrechos a la posibilidad de transformar la vida; para la izquierda, casi todo es fruto de la sociedad y de la educación, y en consecuencia puede cambiarse. Es el eterno debate entre Hobbes y Rousseau: ¿el ser humano es una bestia incorregible a la que hay que sujetar para limitar los estragos, lo cual legitima el Estado y las demás instituciones represivas, o bien es 'bueno' o al menos 'neutro' por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe, especialmente después de la aparición de la propiedad privada? Como sabemos, cada una de estas dos hipótesis ha llevado históricamente a la violencia e incluso al totalitarismo: el enfoque hobbesiano justifica todas las violaciones de la libertad individual para luchar contra la mala naturaleza humana presente en cada uno de nosotros, mientras que el enfoque roussoniano puede desembocar en la tentativa de hacer que el individuo 'realmente existente' coincida por la fuerza con su supuesta verdadera naturaleza eclipsada por la sociedad, con la pretensión de crear un 'hombre nuevo' y de eliminar a garrotazos todas las reliquias de la sociedad corrompida. La primera posición -la de la inmutabilidad de los fundamentos de la existencia humana- implica renunciar para siempre a la esperanza del cambio y elevar al sujeto burgués moderno a la categoría de ser humano sin más, algo que contradicen multitud de investigaciones antropológicas, y sobre todo aquellas que han tratado la temática del 'don'. La segunda posición, la de la plasticidad de dicha naturaleza y la posibilidad de modificar al hombre, entra con demasiada frecuencia en contradicción con la experiencia y acaba a menudo de tal suerte dando argumentos a sus adversarios."

(Anselm Jappe, "La sociedad autófaga. Capitalismo, desmesura y autodestrucción", 2017.)

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