"El amor se destruye, se falsea, al recontarlo. El amor es inenarrable, siempre se narra cuando ya ha pasado, y entonces está sometido a relectura, reajuste, cuando no revancha. El amor es inenarrable porque el tiempo del sentimiento y el tiempo del relato nunca coinciden, y lo que ahora contemos siempre será una reelaboración racional de un sentir que se evaporaba a medida que ardía. Cualquier intento por contar el amor está condenado al fracaso. El amor es ridículo, es incomprensible, es desproporcionado, es falso, es equivocado. Ni siquiera los cuadernos, las cartas, los mensajes de entonces, nos sirven para recuperar una intensidad que ya no entendemos. Solo podemos contar la ceniza, o ni siquiera eso: el tizne que dejó la ceniza antes de ser aventada."
No sé por dónde empezar. Es un libro bueno, adecuado, intenso, que querría que leyeran todos mis amigos y amigas: los que siguen juntos, las que se separaron, los padres y madres solteras, los solitarios, las desencantadas, los que todavía se odian, los dardos fueron demasiado ponzoñosos, y quienes lograron darse su tiempo y reconciliar la amistad. ¿Por qué no fundamos juntos un club de lectura? Es una historia de amor honesta, hermosa, devastadora, amarga, real. Obvio, es más fácil formar una familia, mantenerla unida, cuando se tiene el dinero suficiente, es un asunto fundamental del relato, cómo conseguir pasta, cómo mantener el nivel de ingresos, aunque dígase con razón que el dinero no lo es todo. Es una narración amorosa admirable, un despliegue de bruta lucidez en el recíproco arsenal de reproches, habla él, habla ella, sin tapujos, con descarnada sinceridad, una envenenada precisión, un talento hiriente, y ambos, expuestos, desnudos, vulnerables, conmueven. Considérese el amor un milagro, un divino azar, una increíble maquinaria de causalidades, un encantamiento transformador, o considérese el desamor una progresiva fatalidad, un desenlace inexorable, un irresistible desengaño, un fracaso definitivo. El amor, ¿revolucionario o reaccionario?. Una discusión que se mantiene desde la antigüedad perdura actual tras el paso de los siglos: 'ars amandi' vs 'reprobatio amoris'. Los monjes urbanos echamos horas en la biblioteca. Y cada época va aportando nuevas sensibilidades, nuevas exigencias, otros riesgos y otras resistencias, la necesidad de la sofisticación, de un propio refinamiento. No sé cuál será ni cómo se logrará el buen amor. Supongo que cada cual tendrá que ir improvisando su camino, sorteando las trampas y levantándose tras las caídas. Fracasar de nuevo, fracasar mejor.
"Si me hubieses preguntado, te habría contado la versión futura de mí misma y de nosotros dos, porque yo sí me hacía esa pregunta: cómo sería mi vida, nuestra vida, dentro de quince o veinte años. Te habría contado sobre un futuro que era expresión de voluntad y deseo, pero sometidos a una verosimilitud estrecha. En ese futuro estamos juntos, sí: vamos a envejecer juntos. Con las metáforas odiseicas que sabes que me gustan tanto, hemos superado la travesía, sobrevivido a tormentas, naufragios, extravíos y cantos sirénidos, sobrevivido incluso al cansancio, y no nos hemos ahogado en la orilla. Hemos alcanzado tierra firme. Nos queremos, seguramente no nos amamos pero nos queremos, no nos deseamos pero nos queremos, podríamos vivir el uno sin el otro pero nos queremos, hemos aceptado que esa forma tranquila de quererse no es una merma ni un fracaso sino al contrario, un triunfo. Estamos juntos, no por ninguna predestinación ni ridículas medias naranjas inseparables, ni siquiera por necesidad económica, sino porque hemos decidido seguir juntos. Hemos aprendido a disfrutar lo que compartimos, en primer lugar nuestras hijas. Hemos aprendido también a tener cada uno su propio espacio y tiempo, negociando las zonas comunes, respetándonos tanto que de mutuo acuerdo hemos preferido ampliar el territorio compartido. No nos exigimos exclusividades ni fidelidades frustrantes, y esa libertad es la que nos desinteresa del exterior, porque incluso hemos reconstruido nuestro deseo, acomodándolo a la necesidad de cada uno hasta sincronizarlo. Paseamos. Paseamos mucho, todas las tardes, por el monte cercano a la casa. Hasta nos sabemos ya los nombres de los árboles. Cuidamos juntos el huerto porque, aunque te burles, en mi fantasía de vida no falta un huerto, más como subsistencia que como actividad espiritual. Estamos juntos. Sabemos que nos tendremos el uno al otro si en algún momento nos golpea la enfermedad, la depresión, la degeneración cerebral, la parálisis corporal, la incontinencia de esfínteres y el olvido salvaje de rostros y nombres. Somos nuestro propio Estado del Bienestar. Estamos a salvo. Estamos en casa, esa casa que gritábamos en los juegos infantiles y al alcanzarla detenía el peligro y te protegía como una campana de acero. Casa."
(Isaac Rosa, "Feliz final", 2018.)
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