lunes, 26 de agosto de 2019

Pierre Riche, "Gerberto, el papa del año mil" [1987]

Suele pasar. Es más divertida la fábula legendaria que la crónica rigurosa que aspira a ajustarse fehaciente a lo sucedido. Pasa con Gerberto, aka Silvestre II, el papa del año mil. Pueden leer una biografía cabal, sustentada en el legado epistolar, "Gerberto, el papa del año mil", del medievalista Pierre Riche. La cosa es, que mola más creer que Gerberto hizo un pacto con el diablo en un viaje a la Córdoba del califato, o que al nacer, en Aquitania, a miles de kilómetros de allí, en Jordania, un gallo cantó tres veces y se escuchó en Roma, o que la súcubo a la que Satán encomendó la tarea de vigilarle, acabó enamorándose de sus vastos conocimientos, y renunciando a la inmortalidad, tras pasar la vida restante en concubinato, descansan juntos el sueño eterno en el mismo sepulcro, o que cuando el papa en servicio está cercano a la muerte, la tumba de Silvestre II comienza a sudar preludiando el paso inmisericorde de la guadaña. Que Pierre Riche se encargue de desmentir estos despropósitos, sitúa a Gerberto como un ser extraordinariamente mundano, un pontífice de una inteligencia aguda y una sabiduría extensa, que con precepto estoico enfrentaba, parece que exitoso en su buen autogobierno, las pasiones comunes a las que los bípedos estamos sujetos. Y lean qué hermosamente escribía sobre la amistad,


"Si los ignorantes lo ignoran, los hombres instruidos saben que pueden existir relaciones de santa amistad, fuente de los más grandes bienes, y de efectos benéficos -como son las causas que les han dado origen. Las familias, las ciudades, los mismos reinos, no reposan más sobre las relaciones sociales y sobre esa amistad de la que es susceptible el corazón del hombre. Las almas a las que cautiva la atracción de la soledad, ¿a qué sentimientos obedecen para acercarse a Dios y vivir en unión más íntima con él? Si el mundo se conserva a pesar incluso de los elementos contrarios que lo sacuden, ello no se debe más que a la amistad, noble sentimiento que, más allá de los límites de nuestro horizonte terrestre, une el mundo visible al mundo inmaterial al que pertenece nuestra alma. Como todo lo bueno nos viene de Dios, tipo eterno del bien absoluto, también de él emanan esos lazos sociales, esa amistad que en el plano de la providencia conserva la armonía entre los hombres. Ese bien tan dulce y tan precioso de la amistad conviene, en mi opinión, buscarlo por sí mismo y no por otra cosa, como querrían algunos hombres."

(Gerberto aka Silvestre II, "Carta a Wilderod, obispo de Estrasburgo", finales del S. X.)

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