jueves, 9 de mayo de 2019

Ben Hamper, "Historias desde la cadena de montaje" [1991]


¿Sabrán los columnistas del diario La Rioja, lo que es levantarse día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, a las cinco de la mañana para coger el autobús y llegar puntual al turno fabril vespertino? ¿Habrán experimentado los discípulos de Escohotado, la agobiante pesadez del empleado apéndice servil del maquinismo, el fastidio de la ejecución mecánica de idénticas series diseñadas por indolentes ingenieros? ¿Considerarán los liberales exitosos el hastío del lento discurrir de las horas de la jornada laboral, el silencio entre los peones humanos alejados como islas incomunicadas, afanados en una labor sucesiva, circular, opresiva? ¿Conocerán aquellos políticos que se definen como progresistas, el cansancio embrutecedor derivado de plegarse durante un tercio del día a la monotonía de la cadencia de la máquina? ¿Habrán soltado alguna lágrima esos agobiados emprendedores a los que la fortuna les facilitó encontrar una cuota de mercado, humillados por la uniformidad de los tiempos y por las inclemencias de los ritmos? ¿Se les habrá podrido el alma a los universitarios, abandonados a una incurable amargura, anclados en un desgraciado tedio, degradados por el encuadramiento a la repetitiva letanía de gestos que exige la organización taylorista de la producción? ¿Querrán experimentar los hijos de los privilegiados, cómo lentamente, en las dependencias de una fábrica, se adquiere la costumbre de la pasividad? ¿Comprenderán los funcionarios estatales la árida condición obrera, la lamentable necesidad proletaria que obliga a vender la obediencia por dinero, la impresión absurda y vertiginosa del trabajo intransitivo, el estúpido sentimiento de no producir nada útil o hermoso, la desazón de no ver correspondidos los cíclicos esfuerzos cotidianos con los propios deseos, con el bosquejo de un proyecto posible libremente asumido? Estaba leyendo el divertido y ácido libro de Ben Hamper, "Historias desde la cadena de montaje", y además de rememorar mis afortunadamente cortos periodos laborales en una hostil fábrica dedicada a la estúpida litografía de hojalata, allá en el polígono del Sequero, he recordado el punzante impacto que me suscitaron algunos artículos elaborados por la sensible y entregada Simone Weil, compilados en "Escritos políticos", y también su revelador testimonio, "La condición obrera", cuando movida por conocer las condiciones que determinan la servidumbre o la libertad de los obreros, decidió trabajar como operaria en una fábrica francesa, en esa funesta década de los treinta. 'La cuestión no es la de la forma de gobierno sino la de la forma del sistema de producción'.

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