jueves, 2 de mayo de 2019

Christian Poveda, "La vida loca" [2008]

Christian Poveda fue el más reputado documentalista de la violencia de las pandillas en centroamérica, la región más violencia del mundo en lo que se considera como crimen ordinario. Registró las vicisitudes de las vidas de algunos de los integrantes de la Mara 18 en el barrio de La Campanera, en el municipio salvadoreño de Soyapango. Filmar "La vida loca" le costó la vida. El 2 de septiembre de 2009 fue asesinado por mareros de la 18: un policía comprado por las maras había vertido la sospecha de que era un informante de la policía. El sueño de Poveda era que la Mara 18 y la Salvatrucha, la otra gran mara salvadoreña, acordaran la paz.


"El Informante me cuenta que hay muchas formas de matar, sin embargo todas siguen el mismo esquema y más o menos los mismos objetivos: mostrar, frente a la propia clica, la barbarie de la que se dispone y dependiendo de esto así será el grado de 'respeto' que obtenga. En esta dinámica, la muere de la víctima se vuelve un mero instrumento y no un fin en sí mismo.
Los primeros en identificar a la víctima, para esto utilizan un complejo sistema que bien podría llamarse de 'espionaje'. En ocasiones mandan niños con celulares a tomarles fotos a los enemigos. Otras veces son vendedores, de esas que balancean su venta sobre su cabeza. Luego esas fotos se imprimen se le dan al encargado de realizar la acción. Si es la primera vez y el muchacho se está iniciando en la pandilla, debe demostrar su intrepidez. En ocasiones les dan revólveres viejos, con apenas tres tiros, o incluso cuchillos o armas hechizas de una sola descarga. Con estos instrumentos el advenedizo debe cumplir la misión y regresar con vida para contarla.
- Ahí es donde uno tiene que demostrar que le gusta la pandilla. Que uno ama las dos letras. Ya después de eso ven que uno tiene huevos y ya se va ganando el respeto. Porque vaya, si uno mató a un enemigo que tenía bastante respeto en su pandilla, ese respeo le queda a uno también en la suya -me comenta el Informante mientras hace brillar un cigarro entre sus labios.
Las fotos que toman los espías se imprimen. Esto le sirve al asesino de brújula para encontrar a la víctima. Pero aún queda un problema fundamental que resolver: ¿cómo acercarse a la persona que va a morir? Es complicado, tomando en cuenta que en las comunidades gobernadas por una pandilla existe un complejo sistema de seguridad. Cada desconocido que entra es acorralado por un grupo de pandilleros que lo desnudan en busca de tatuajes o de armas. El que vaya a matar tiene que ingeniárselas para entrar sin levantar sospechas. Algunos se disfrazan de pastores evangélicos y, Biblia en mano, logran pasar desapercibidos. Otras veces se camuflan de payasos, como contaba Little Down hace algunos meses. El maquillaje les cubre los tatuajes. Incluso los vendedores de pan son en algunas comunidades considerados aves de mal agüero. En varias ocasiones un vendedor estaciona su bicicleta frente a alguien, pita un número determinado de veces, como si ofertara su pan, y sigue su ruta. A los minutos aparece un pandillero a terminar la misión. A veces nada de lo anterior, simplemente se bajan de un carro y descargan todas las balas que puedan en el primer enemigo que les atraviese, como hicieron con los jovencitos de la escuela hace un mes. Eso sí, al final de cada misión debe dejarse claro quién fue el hechor. Esto suele hacerse con un grito: '¡Aquí para y controla la Mara Salvatrucha!'. Por ejemplo. No vaya la gente a confundirse."

(Juan José Martínez D'Aubuisson, "Un año con la Mara Salvatrucha 13. Ver, oír y callar", 2015.)

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