miércoles, 8 de mayo de 2019

Juan Marsé, "Últimas tardes con Teresa" [1966]


“Desde la cumbre del Monte Carmelo y al amanecer hay a veces la ocasión de ver surgir la ciudad desconocida bajo la niebla, distante, casi como soñada: jirones de neblina y tardas sombras nocturnas flotan todavía sobre ella como el asqueroso polvo que nubla nuestra vista al despertar de los sueños, y sólo más tarde, solemnemente, como si en el cuelo se descorriera una gran cortina, empieza a crecer en alguna parte una luz cruda que de pronto cae esquinada, rebota en el Mediterráneo y viene directamente a la falda de la colina para estrellarse en los cristales de las ventanas y centellear en las latas de las chabolas. La brisa del mar no puede llegar hasta aquí y mucho antes ya muere, ahogada y dispersa por el sucio vaho que eleva sobre los barrios abigarrados del sector marítimo y del casco antiguo, entre el humo de las chimeneas de las fábricas, pero si pudiera, si la distancia a recorrer fuera más corta -pensaba él ahora con nostalgia, sentado sobre la hierba del parque Güell junto a la motocicleta que acababa de robar-, subiría hasta más acá de las últimas azoteas de La Salud, por encima de los campos de tenis y del Cottolengo, remontaría la carretera del Carmelo sin respetar por supuesto su trazado de serpiente (igual que hace la gente del barrio al acortar por los senderos) y penetraría en el parque Gell y escalaría la Montaña Pelada para acabar posándose, sin aroma ya, sin savia, sin aquella fuerza que debió nacer allá lejos en el Mediterráneo y que la hizo cabalgar durante días y noches sobre las espumosas olas, en el silencia y la mansedumbre senil, sospechosa de indigencia, del Valle de Hebrón.
Se sentía muy solo y muy triste.”

El libro de Juan Marsé supuso un hito en el El Carmel, que al ser el barrio donde el Pijoaparte emprende sus correrías, consiguió centrar en las construcciones de sus laderas la atención de los lectores de la ciudad. Anteriormente el escritor catalán Santiago Rusiñol había ambientado una merienda fraternal en la Montanya Pelada, aunque entre los obreros de ideas radicales ya era conocido el Santuari del Coll por ser centro de encuentros políticos. Marsé pone en boca de la madre de Teresa esta percepción del Carmelo, frivolidad estúpida de la burguesía barcelonina, tema central de la novela, 'Para la Sra. Serrat, el Monte Carmelo era algo así como el Congo, un país remoto e infrahumano, con sus leyes propias, distintas. Otro mundo'. Y han pasado largas décadas, y el barrio ha sufrido grandes transformaciones, pero todavía recibe el sobrenombre de 'barrio imposible', en algunas áreas impera un peculiar anarcourbanismo de caprichoso callejeo, consecuencia de la construcción desordenada de los edificios y de los pronunciados desniveles en los que se erigen. Un recalcitrante peatón que modera el uso del transporte público se acostumbra a la letanía de subir y bajar cuestas, y esa repetición cotidiana esculpe duro el culo, pero mantiene cervecera la barriga. Y que "Últimas tardes con Teresa" es una de las pocas novelas que expone el fenómeno migratorio de posguerra y los vericuetos supervivientes de los barraquistas, una novela epítome del realismo social de la generación de escritores patrios de los años cincuenta, que retrata una descarnada relación entre las clases sociales de la Barcelona de aquellos tiempos, lubricada con la mala conciencia de la burguesía antifranquista: su tendencia a la idealización de la política, su idea apostólica de la militancia, su fragilidad subjetiva.

"El descubrimiento del Carmelo significó para la criada una esperanzadora afirmación de principios. La misma materia degradada y resignada de la cual estaba hecho su amor parecía haber conformado aquel barrio casi olvidado, aislándolo, confinándolo fuera de la ciudad, reduciendo todos sus sueños a uno solo: sobrevivir. Paseaban por los senderos de la ladera occidental, entre los pinos y los abetos del parque del Guinardó, remontaban la colina, y en lo alto se paraban a mirar a los niños que manejaban sus cometas; contemplaban el Valle de Hebrón, Horta, el Tibidabo, el Turó de la Peira y Torre Baró gris por la distancia y las brumas del invierno.”

(Juan Marsé, "Últimas tardes con Teresa" 1966.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario