martes, 26 de febrero de 2019

Albert Cossery, "Mendigos y orgullosos" [1955]

'¿Acaso la alegría era solo patrimonio de los ricos?' se preguntaba el vital Yeghen, mientras buscaba al maestro Gohar por la ciudad indígena para regalarle su porción cotidiana de hachís, 'procurarle aquella parcela de alegría a un hombre -aunque sólo fuera por unas horas- le parecía más útil que todas las vanas tentativas de los reformadores y los idealistas para sacar de su aflicción a una humanidad sufriente'. Por aquella zona de la ciudad, plagada de chozas construidas con tablas y latas vacías de gasolina, no se temía a la policía, 'para temer a la policía hay que tener algo que perder, y allí nadie poseía nada', la fortaleza de los parias de aquel barrio se alimentaba de aquella miseria inalienable, su 'rechazo a participar en el destino del mundo civilizado encerraba tal fuerza que ninguna potencia de la tierra podría lograr domeñarlos', ¿por qué habrían de conocer los principios de un mundo cuyos fundamentos eran la tristeza y la contrición?, ¿quién no querría el secreto del sortilegio mediante el que escapaban del desamparo común?. ¿Y quién sería capaz de encajar la agonía de la tortura policial para encubrir el crimen de un amigo de la altura del maestro Gohar? 'La presencia de Gohar hacía ilusorias todas las dificultades de la vida; las peores catástrofes adquirían aspecto de divertida extravagancia', la sencillez de su pereza reflexiva, la grandeza de su enseñanza: no trabajes jamás, viste siempre como un príncipe, no cooperes con la farsa, 'estar vivo es motivo más que suficiente para la felicidad'.


"La impostura era tan evidente, tan universal, que cualquiera, hasta un débil mental, la habría descubierto sin esfuerzos. Gohar aún se enfurecía debido a su ceguera. Había necesitado largos años, la monotonía de toda una vida dedicada al estudio, para considerar la enseñanza en su justo valor: una monumental estafa. Durante más de veinte años había enseñado torpezas criminales, había sometido a jóvenes cerebros al yugo de una filosofía errónea y confusa. ¿Cómo pudo tomárselo tan en serio? ¿Acaso no comprendía lo que leía? ¿Acaso sus discursos nunca le habían parecido cargados de un impúdica hipocresía? Fue una inconcebible debilidad. Sin embargo, todo debió advertírselo. El menor texto de historia antigua o moderna, que él había comentado para incomprensión de sus alumnos, rebosaba de mentiras. ¡La historia! Que hubieran podido enmascarar la historia, aún pase. ¡Pero la geografía! ¿Cómo se podía mentir en geografía? Pues bien, habían conseguido desnaturalizar la aromonía del globo terrestre, trazando fronteras tan fantásticas y arbitrarias, que cambiaban de un año para otro. Lo que más asombraba a Gohar era que nunca había tomado precauciones oratorias para hacer admitir a sus alumnos semejantes cambios. Como si aquello fuera obvio. Como si una mentira oficial fuera necesariamente una verdad."

(Albert Cossery, "Mendigos y orgullosos", 1955)

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