sábado, 9 de febrero de 2019

Kristin Ross, "El surgimiento del espacio social. Rimbaud y la comuna de París" [1988]

A través de la literatura de Arthur Rimbaud, el poeta precoz y genial, y custodiada por la pluma polemista de Paul Lafargue y la geografía social de Elisée Reclus, Kristin Ross recorre el París de La Comuna, 'la mayor revolución del siglo', aquellos 74 días que comenzaron el 18 de marzo de 1871, la profunda revuelta contra la reglamentación social que intentó establecer una sociedad asentada sobre la base de la libertad del trabajo.

¿Qué nos importan, di, corazón, estos charcos
de sangre y brasa, mil crímenes y largos gritos
de rabia, estos sollozos de un infierno que arrasa
todo orden; y Aquilón triunfando en el derrubio;

y la venganza? ¡Nada!... ¡Pero sí, la queremos,
la queremos! Senados, príncipes, industriales:
¡reventad! Poderes, justicia, historia: ¡a muerte!
Tenemos derecho. ¡La sangre! ¡La llama de oro !


¿Qué le ocurre a una sociedad si zapateros o artistas no ocupan el lugar que les corresponde? El zapatero Napoléon Gaillard, en vez arreglar zapatos, se convierte en director de construcción de barricadas, el artista Gustave Coubert, en vez de pintar cuadros, dirige el derribo de la columna Vendôme, símbolo de la barbarie francesa militarista. A los trabajadores les correspondía emanciparse de la condición servil del trabajo, liberarse del control identitario que les sujetaba a las funciones de sus oficios, aprovechar su capacidad para organizar libremente todos los aspectos de la vida social atacando las divisiones del trabajo que convertían la gestión de las administraciones y del gobierno en un asunto trascendente a cuya debida resolución solo aspiraba una casta privilegiada: urgía derribar la más primitiva de la jerarquías, aquella que da primacía al trabajo intelectual sobre el manual, la que sitúa las profesiones de iniciativa, inteligencia y mando, propias de la burguesía, por encima de las profesiones que exigen esfuerzo físico, obediencia y ejecución de órdenes.

¡Conságrate a la guerra, la venganza, el terror,
alma mía! Volvamos al mordisco: ¡pasad,
repúblicas del mundo! ¡Basta de emperadores
de regimientos y colonos, basta de pueblos!

¿Quién blandirá torbellinos de fuego furioso,
sino nosotros y los que creímos hermanos?
Nosotros, fantasiosos amigos: os agrada.
¡Nunca trabajaremos, oleadas de fuego!


La importancia de la Comuna consistía en su existencia en movimiento, el desplazamiento de lo político hacia áreas aparentemente periféricas de la vida cotidiana, la emergencia de otra organización del espacio y del tiempo, la irrupción de diferentes ambientes sociales y los cambios en los ritmos vividos, la Comuna invitaba a concebir el espacio como una realidad activa y generativa creada por la interacción. Las barricadas modifican el paisaje urbano, impiden la circulación de los soldados versalleses, en la calle, cualquiera se convertía en soldado, todo se convertía en arma. Con la descomposición de la jerarquía espacial de la Comuna, surgían nuevos sistemas de comunicación, nuevos ambientes, nuevas costumbres de encuentro y de reunión mutua, se establecía una apertura general a los lugares de deliberación y toma de decisiones políticas, con la descomposición de la división temporal, los ciudadanos ocupaban el momento de realización de la historia, un tiempo saturado en el que los acontecimientos ocurrían deprisa, demasiado deprisa, cada minuto, cada hora, eran vividas con intensa plenitud. La medida más importante de la Comuna fue su propia existencia, su propio funcionamiento, su única labor, su aventura legendaria.

Esfumaros, Europa, América y Asia.
¡Vengador, nuestro avance ha cercenado todo,
ciudades y campiñas! ¡Seremos aplastados!
¡Brincarán los volcanes! Y el Mar conmocionado...

¡Amigos! ––Corazón, sí, son nuestros hermanos––
y, si negros y anónimos fuéramos... ¡Vamos, vamos!
¡Ay de mí! ya me siento temblar, la vieja tierra,
sobre mí, cada vez más vuestra, se derrite.


¿Y los poetas? Tendrán que aceptar su propia transformación ininterrumpida, personal y social, aunque eso implique que dejen de ser poetas. Tendrán que huir de la poesía, de las costumbres o el discurso del salón poético y replantear las restricciones formales y léxicas acerca de qué constituye la poesía. Como en la erupción breve, un relámpago profético, de Arthur Rimbaud, la épica autobiográfica en prosa poética, rastreador de las mutilaciones a la percepción humana, abanderado de una propuesta erotiopolítica, un exceso de sensación individual, un movimiento informe, una relación salvaje con la cultura, atravesando una curiosa pero necesaria dialéctica entre la soledad y el enjambre, como si solo a través de la soledad más extrema pudiese uno alcanzar una nueva solidaridad entre humanos, la avanzadilla de una especie de población flotante capaz de transformar sus circunstancias vitales pero sólo a condición de que primero corte los cabos que le atan a la tierra. El libro de Kristin Ross nos recuerda aquel antiguo y mismo triple objetivo: transformar el mundo, cambiar la vida, rehacer de arriba a abajo el pensamiento humano. 'La poesía debe ser hecha por todos, no por uno': vive la Commune.

¡No, no es nada! ¡Aquí sigo! Sigo, aún

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