sábado, 23 de febrero de 2019

Everardo González, "La libertad del diablo" [2017]

La maldad. Los victimarios y las víctimas. La espiral de la venganza. El poder, el remordimiento, el dolor y la muerte. ¿También sienten miedo los verdugos, también lloran los homicidas? ¿Pueden perdonar los torturados a sus torturadores, los familiares de los asesinados a los asesinos? Los ejecutores implacables del crimen son pobres, un proletariado de la violencia deseoso de ascender en el escalafón social para acceder a las mercancías que otorgan la comodidad, el éxito, el prestigio: adolescentes alocados captados por algún grupo del crimen organizado, esforzados arribistas de la jerarquía criminal ansiosos por acceder a las prebendas del mercado, chavales que ingresan en algún cuerpo de seguridad del estado y que se ven arrojados a una cloaca corrupta en la que si quieren conservar la vida han de acatar las órdenes de sus superiores. Una mafia cruenta y sanguinaria, surgida de las actividades de los sectores de la economía ilegal (narcotráfico, contrabando de armas, prositución, blanqueo de dinero) ya hace tiempo expandida a los sectores de la economía legal (empresas constructoras, banca, ocio, seguridad privada), controlada por una élite que se percibe como emprendedora, empresaria, negociante. Maldito dinero.


"La delincuencia organizada es un negocio muy rentable en los países con economías deprimidas [a los cuales se les considera como inoperantes y lejanos de los centros de poder] porque los ciudadanos comunes (tanto ricos como pobres) de los Estados Unidos y de Europa occidental pasan cada vez más tiempo acostándose con prostitutas, esnifando drogas con billetes de 100 dólares o de 50 euros, empleando inmigrantes por sueldos de hambre... comprando hígados y riñones de países en desarrollo que viven en una pobreza desesperante."

(Misha Glenny, "Mc Mafia. El crimen sin fronteras", 2008.)

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