viernes, 1 de marzo de 2019

Murray Bookchin, "Los anarquistas españoles: los años heroicos 1868-1936" [2001]

Fermín Salvochea es uno de los nombres épicos del proletariado español del siglo XIX, un gaditano anarquista de coraje extraordinario que instigó o participó en el reguero de sublevaciones decimonónicas. Cuentan los estudiosos que tras el levantamiento cantonalista de julio de 1873 fue condenado a cadena perpetua, y que su ejemplar conducta, su inusual resistencia, le valió que sus compañeros le bautizaran con el sobrenombre de "el Cristo anarquista". Mientras soportaba con generosidad y entereza el presidio, su influyente madre, auxiliada por la municipalidad de Cádiz, le consiguió el indulto. ¿Cuál fue su heroica respuesta? Rompió el documento que contenía el decreto, y le espetó al gobernador, 'sólo dos motivos me sacarán de la prisión: una amnistía general o un motín'. Nueve meses más tarde consiguió evadirse.


"Fermín Salvochea era un hombre de amplia cultura, un racionalista y un humanista que había sido preparado por sus padres para la vida de los negocios, y no para obtener un puesto en la Iglesia o en la Universidad. Nació el primero de marzo de 1842 en Cádiz, donde estaba situado uno de los puertos más importantes y prósperos de la España atlántica, y donde su padre había acumulado una considerable fortuna. A los quince años fue enviado a Londres para que aprendiera inglés y completara su preparación para el mundo de los negocios. Durante los cinco años que permaneció en Londres y Liverpool, Salvochea tomó contacto con la literatura radical. Las críticas a la religión de Thomas Paine y las teorías sociales de Robert Owen le influyeron profundamente. Antes de abandonar Inglaterra, en 1864, se había convertido en un ateo convencido y en un comunista. De vuelta a Cádiz pasó a tomar parte activa del movimiento federalista, llevando una forma de vida austera y consagrando la mayor parte de su fortuna a la causa revolucionaria. Pronto participó en destacadas e intrépidas conspiraciones. En 1866, por ejemplo, tomó parte en una trama cuyo objetivo era la liberación de unos artilleros que estaban encarcelados por su participación en una rebelión y que iban a ser deportados a Manila. Más tarde trató de promover un levantamiento militar en Cantabria. Durante el periodo de inestabilidad que comenzó con la salida de Isabel II del país, Salvochea fue elegido miembro de la comuna revolucionaria de Cádiz y segundo comandante del destacamento más radical de la milicia republicana. Cuando las fuerzas gubernamentales atacaron a la republicana Cádiz, Salvochea, como era característico en él, resistió hasta el final, tratando de defender la ofensiva de las fuerzas invasoras con tan sólo un pequeño grupo débilmente armado.
Su coraje era extraordinario. Cuando ya todo hacía pensar que la resistencia era inútil, Salvochea disolvió la milicia y se rezagó para asumir la responsabilidad de la sublevación. Su comportamiento le hizo ganarse el respeto incluso de aquellos que eran sus enemigos. En lugar de ser ejecutado, Salvochea fue enviado a la fortaleza de San Sebastián en calidad de prisionero de guerra. En esa época ya era idolatrado en Cádiz por miles y miles de pobres. Unos pocos meses después, cuando permanecía aún en prisión, Salvochea fue elegido diputado a las Cortes por Cádiz. El gobierno de Madrid rechazó la elección, le negó su escaño y lo mantuvo en prisión. La liberación le iba a llegar con la amnistía de febrero de 1869. Ocho meses más tarde, cuando le fue ofrecida la corona española a Amadeo de Saboya, Salvochea se echó de nuevo al monte; marchó, al mando de seiscientos republicanos armados, a reunirse con otras fuerzas de Jerez y de Ubrique. El enfrentamiento con el ejército gubernamental se produjo cerca de Alcalá de los Gazules. Después de tres días de combate, Salvochea y los suyos fueron derrotados.
Los rebeldes se dispersaron. Salvochea escapó a Gibraltar y de allí viajó a París, donde se introdujo en las círculos radicales vinculados a los periódicos "La Revue" y "La Repell". Después de una breve estancia en Londres, pudo regresar a Cádiz gracias a la amnistía de 1971 y fue elegido alcalde de la ciudad.
El levantamiento cantonalista de 1873 encontró a Salvochea implicado en un infructuoso intento de incorporar a Cádiz al movimiento revolucionario. Tras sufrir una nueva derrota, Salvochea se enfrentó a un tribunal militar en Sevilla, acusado de rebelión. En aquella ocasión fue condenado a cadena perpetua en el penal de la colonia africana de Gomera, y fue a partir de este momento cuando, por su ejemplar conducta, comenzó a conocérsele como el "Cristo anarquista". Salvochea soportó la condena con calma y entereza, compartiendo todo cuanto recibía de su familia con sus compañeros de prisión. Cuando el gobernador le leyó el decreto del indulto que su influyente madre, auxiliada por la municipalidad de Cádiz, había conseguido, Salvochea rompió el documento y declaró que sólo había dos formas de que él dejara la prisión: o bien por una amnistía general, o bien por un motín. Nueve meses más tarde consiguió evadirse y se estableció en Tánger.
Hasta su encarcelamiento en Gomera, Salvochea no era un anarquista, aunque sí sentía una gran afinidad por el movimiento libertario. Perteneció a la Internacional casi desde la primera época; sin embargo, fue en el retiro del presidio colonial donde comenzó a examinar con mayor detenimiento las teorías de Bakunin. En poco tiempo se convirtió en uno de los más fervientes propagandistas del movimiento anarquista en España, movimiento al que pertenecería hasta el fin de su vida.
Cuando Salvochea regresó a España en 1885, tras la muerte de Alfonso XII, Andalucía vivía una época de intensa agitación anarquista. La prensa libertaria volvía a circular legalmente, y Salvochea fundó 'El Socialismo' en Cádiz, que distribuyó, junto con las ideas del movimiento, entre los trabajadores de los viñedos y los braceros del sudoeste de España. Fue arrestado en repetidas ocasiones, pero sus enérgicas defensas ante los tribunales resultaron contraproducentes para el gobierno. Su capacidad y su talento prestaron un gran servicio al movimiento; al parecer fue Salvochea quien planteó las grandes manifestaciones del Primero de Mayo que surcaron toda Andalucía en 1890 y 1891. El caso de la Mano Negra, seguido por el 'hallazgo' de dos bombas en las oficinas de 'El Socialismo', desencadenaron nuevos arrestos policiales por toda la región, y en el año 1892 Salvochea se vio de nuevo en la cárcel. A pesar de que durante la sublevación de Jerez Salvochea se encontraba preso en la cárcel de Cádiz, un tribunal militar lo sentenció a doce años de presidio por su presunta actividad inductora. Los tribunales civiles rehusaron revisar su causa, y salvochea, a su vez, se negó a participar en procedimientos conducidos por jueces militares. Encarcelado en Valladolid, Salvochea tuvo que soportar condiciones aún más duras que las que había padecido en el penal de la colonia africana. Estuvo confinado en régimen de incomunicación y se le negó el derecho a recibir cartas. El momento más crítico llegó cuando Salvochea se negó a obedecer la orden del alcaide que regulaba la obligatoriedad de la asistencia a misa. Como castigo, fue encerrado en un húmedo calabozo subterráneo durante meses. Salvochea, muy debilitado y sin ninguna esperanza ya de liberación, trató de quitarse la vida; este gesto -tan profundamente humano y comprensible dadas las circunstancias- inquietó al alcaide, y desde ese momento las condiciones de vida en la cárcel mejoraron. Al poco tiempo, Salvochea fue trasladado a la prisión de Burgos, donde volvió a retomar su actividad intelectual; volvió a escribir e incluso tradujo un libro de astronomía.
En 1899 Salvochea fue indultado gracias a una amnistía general que siguió a las protestas por las atrocidades de Montjuïc. Regresó a Cádiz, donde fue acogido con gran entusiasmo, y reanudó sus actividades dentro del movimiento anarquista. Por entonces ya estaba cerca de los sesenta años y su salud estaba quebrantada como consecuencia de su vida en prisión, de modo que se dedicó a escribir y a traducir. Su último trabajo fue una traducción de "Campos, fábricas y talleres", de Piotr Kropotkin, uno de los libros que con mayor lucidez analiza el papel liberador de la tecnología moderna.
Fermín Salvochea murió en Cádiz el 8 de septiembre de 1907, en la misma ciudad resplandeciente que le había visto nacer y a la que tan profundamente amó. Más de 50.000 personas, incluyendo los cientos que llegaron de toda España, siguieron al féretro hasta el cementerio. La mayor parte de esta inmensa manifestación estaba integrada por trabajadores de las distintas zonas de Cádiz y Jerez, que sentían una gran devoción por este hombre que parecía encarnar sus esperanzas de un futuro mejor. Mientras el féretro era lentamente depositado en la tumba, el inmenso grupo de gente prorrumpió en un espontáneo y unánime '¡Viva la anarquía!'."

(Murray Bookchin "Los anarquistas españoles: los años heroícos 1868-1836", 2002.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario