sábado, 11 de mayo de 2019

Emilia Pardo Bazán, "La Tribuna" [1882]

Se le concede a la novela de Emilia Pardo Bazán, "La Tribuna", una significación extraordinaria, como documento testimonial de la efervescencia de las ideas de la revolución de 1868, conocida como la Gloriosa, como una observación minuciosa del trabajo de las cigarreras decimonónicas en la fábrica de tabacos de A Coruña. Los estudiosos señalan que Pardo Bazán  por primera vez en la novelística española, explora con densidad las vicisitudes que rodean a un entorno laboral: el de las cigarreras. Amparo, 'La Tribuna', la protagonista, partidaria de la República Federal, es una líder obrera que conciencia y adoctrina a sus compañeras de trabajo a través de las ardorosas lecturas de periódicos en voz alta, que llega a la incitación a la lucha obrera cuando los derechos laborales no son respetados por los patronos: en la novela se narra vibrantemente una huelga salvaje de las trabajadoras. Cuatro años más tarde de la publicación de "La Tribuna", en sus "Apuntes autobiográficos", Emilia Pardo Bazán sostenía que 'el verdadero infierno social a que puede bajar el novelista, Dante moderno que escribe cantos de la comedia humana, es la fábrica, y el más condenado de los condenados, ese ser convertido en rueda, en cilindro, en automáta'. "La Tribuna" es una heterógenea exploración de una comunidad urbana de provincias, la ciudad de Marineda, creación literaria de A Coruña, que registra minuciosamente, a través de procedimientos acumulativos naturalistas, las vicisitudes que acontecen en el espacio urbano de una ciudad de provincias, en la maldita calle de Marineda: sus áreas de opulencia y de miseria, su inquieta zarabanda, los frecuentadores de sus diferentes espacios, y su jerarquización, vicisitudes, fiestas y revueltas.


"La calle le brindaba mil distracciones, de balde todas. Nadie le vedaba creer que eran suyos los lujosos escaparates de las tiendas, los tentadores de las confiterías, las redomas de color de las boticas, los pintorescos tinglados de la plaza; que para ella tocaban las murgas, los organillos, la música militar en los paseos, misas y serenatas; que por ella se revistaba la tropa y salía precedido de sus maceros con blancas pelucas el Excelentísimo Ayuntamiento. ¿Quién mejor que ella gozaba del aparato de las procesiones, del suelo sembrado de espadaña, del palio majestuoso, de los santos que se tambalean en las andas, de la Custodia cubierta de flores, de la hermosa Virgen con manto azul sembrado de lentejuelas? ¿Quién lograba ver más de cerca al capitán general portador del estandarte, a los señores que alumbraban, a los oficiales que marcaban el paso en cadencia? Pues, ¿y en Carnaval? Las mascaradas caprichosas, los confites arrojados de la calle a los balcones, y viceversa, el entierro de la sardina, los cucuruchos de dulce de la piñata, todo lo disfrutaba la hija de la calle. Si un personaje ilustre pasaba por Marineda, a Amparo pertenecía durante el tiempo de su residencia: a fuerza de empellones la chiquilla se colocaba al lado del infante, del ministro, del hombre célebre; se arrimaba al estribo de su coche, respiraba su aliento, inventariaba sus dichos y hechos.
¡La calle! ¡Espectáculo siempre variado y nuevo, siempre concurrido, siempre abierto y franco! No había cosa más adecuada al temperamento de Amparo, tan amiga del ruido, de la concurrencia, tan bullanguera, meridional y extremosa, tan amante de lo que relumbraba."

(Emilia Pardo Bazán, "La Tribuna", 1882)

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