sábado, 26 de enero de 2019

Angela Davis, "Autobiografía" [1974]

Hace unos años, pocas semanas antes de que Arnaldo Otegi recobrara la libertad, Angela Davis intentó entrar en la cárcel de Logroño para charlar con él. Se lo impidieron. Suelo pensar, cíclica tendencia desdeñosa hacia mi poblado natal, que es sintomático de la mediocridad local que Angela pisara nuestra ciudad sólo para visitar a Otegi en la cárcel. Me entristeció no ver en las fotos niguna cara conocida entre los reunidos en el puesto de control de entrada al presidio, probable que ningún amigo se enteró, o estaban ocupados en las tareas laborales. También suelo pensar, que es una visita adecuada en alguien tan consciente de las vicisitudes de la realidad carcelaria de su país, el 'complejo industrial de prisiones' de EEUU. Después de todo, es la mujer que me llevó a una comprensión avanzada de la a veces frívola consigna 'lo personal es político', y que me ayudó, citaré también el inevitable "Vigilar y castigar" de Michel Foucault, a mantener una postura incómoda de constante discernimiento en la imperante administración colectiva de los castigos.


"Cárceles y penales son lugares de embrutecimiento. Allí estaban otra vez la hipnotizadora estupidez de la televisión, los pocos y aburridos textos de instituto, las cuatro novelas policiacas y los montones de literatura barata. Las reclusas podían escribir si lo deseaban, pero habían de hacerlo en papel de notas, de tamaño pequeño y poco asequible, lo cual dificultaba la redacción de cualquier escrito serio; casi todo lo que se escribía eran cartas intrascendentes que, de todos modos, eran censuradas antes de pasar al exterior. Hasta conseguir un lápiz era una empresa larga y complicada. Y allí estaban también las manoseadas barajas y los juegos de mesa, accesorios indispensables de toda cárcel, destinados a ocultar el hecho de la reclusión tras una fachada inocua y dulzona, a la vez que fomentan una imperceptible regresión a la infancia. Como yo había observado ya por la jerga de la Cárcel de Mujeres, a los ojos de las carceleras éramos 'las chicas', tuviésemos dieciséis o setenta. Les gustaba ver a sus reclusas-niñas alegremente absortas en juegos inofensivos. Cualquier pasatiempo que exigiese actividad intelectual era sospechoso. Las carceleras del condado de Marin se mostraron en extremo reacias a permitir la entrada en el establecimiento de un juego de ajedrez, y solo cedieron después de imponer una serie de estúpidas condiciones. El que fue admitido por fin en nuestra sala era como un juguete, una versión infantil de ajedrez."

(Angela Davis, "Autobiografía", 1974.)

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