"Cárceles y penales son lugares de embrutecimiento. Allí estaban otra vez la hipnotizadora estupidez de la televisión, los pocos y aburridos textos de instituto, las cuatro novelas policiacas y los montones de literatura barata. Las reclusas podían escribir si lo deseaban, pero habían de hacerlo en papel de notas, de tamaño pequeño y poco asequible, lo cual dificultaba la redacción de cualquier escrito serio; casi todo lo que se escribía eran cartas intrascendentes que, de todos modos, eran censuradas antes de pasar al exterior. Hasta conseguir un lápiz era una empresa larga y complicada. Y allí estaban también las manoseadas barajas y los juegos de mesa, accesorios indispensables de toda cárcel, destinados a ocultar el hecho de la reclusión tras una fachada inocua y dulzona, a la vez que fomentan una imperceptible regresión a la infancia. Como yo había observado ya por la jerga de la Cárcel de Mujeres, a los ojos de las carceleras éramos 'las chicas', tuviésemos dieciséis o setenta. Les gustaba ver a sus reclusas-niñas alegremente absortas en juegos inofensivos. Cualquier pasatiempo que exigiese actividad intelectual era sospechoso. Las carceleras del condado de Marin se mostraron en extremo reacias a permitir la entrada en el establecimiento de un juego de ajedrez, y solo cedieron después de imponer una serie de estúpidas condiciones. El que fue admitido por fin en nuestra sala era como un juguete, una versión infantil de ajedrez."
(Angela Davis, "Autobiografía", 1974.)
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